El año se acaba y con él se van infinitud de recuerdos, momentos y vivencias que quizá muchas no fueron cruciales para nuestro desarrollo como personas a pesar de que por supuesto cuentan en gran medida, pero siempre se quedan esas reticencias de la memoria en las que creemos haber olvidado nuestros recuerdos más inexorables a pesar de no ver la luz del sol por largos años incluso.
Hoy, en este último artículo del año de Comuna Gatuna, traemos precisamente esos vestigios de vida de una mujer, una luchadora nata y trabajadora como las haya, que sin duda debemos de alabar y respetar por los méritos que a ella le respectan por haber sufrido, luchado y vencido a lo largo de sus años de vida. Llamaremos a esta mujer Laura.
Todo se remonta a tierras nazaríes, en un pequeño pueblo de la región, entre olivos y tejados una pequeña jovenzuela se criaba y se educaba en la escuela. Pronto comprendería muy bien lo que es el trabajo al empezar a trabajar en el campo con escasa edad, más por necesidad que por pasión, hay que decir. Aunque bien es cierto que no sería el trabajo que abarcaría principalmente a lo largo de su vida. A los quince años empezaría a trabajar como costurera por primera vez, aprendiendo a manejar el telar con habilidad a lo largo del tiempo que transcurría mientras estudiaba y trabajaba en el campo cuando era temporada. Pronto se enamoraría de la costura y del trabajo que le había impuesto de forma discriminatoria por ser una mujer, ya que bien se tenía por entendido por aquel entonces –volvemos aproximadamente unos cuarenta años en el pasado– que la máquina de coser era para la mujer. Totalmente absurdo y discriminante, pero eso no iba a impedirle a Laura disfrutar de aquello que hacía. El tiempo pasó y, a pesar de tener que abandonar el instituto siguió en el sector textil, bajo unas condiciones realmente duras y haciendo encargos en un principio que se podrían considerar como pedidos personales, pues no sería hasta que pasaran unos años cuando empezaría a trabajar para talleres más profesionales en los que obtendría su primer sueldo, aunque bien es cierto que su jornada laboral se extendía a más de las ocho horas diarias y era realmente ínfima la retribución obtenida por hora echada; una situación realmente injusta y que, tristemente, se seguiría manteniendo así a lo largo de toda su trayectoria laboral en el sector textil.
Laura creció y se mudó a un pueblo relativamente cercano al suyo, donde, efectivamente, continuaría su carrera como costurera, donde podríamos decir que llegó al punto más álgido como tal. En el taller donde trabajaba empezaría a coser ropa para grandes marcas como Zara, Chanel o incuso Gucci; llegando a una calidad excepcional en su trabajo desproporcional en consideración al poco reconocimiento obtenido a pesar de este mérito.
Y como era de esperar y es normal cuando uno se muda de pueblo o de ciudad, muchas cosas en su vida cambiaron a nivel personal y emocional, teniendo así que afrontar una serie de trabas a la hora de mantenerse erguida frente a la adversidad. ¡Pero lo hizo, y ya no sólo eso, fue madre también! Tuvo que dejar de trabajar en el taller en el que estaba para empezar a trabajar tiempo después de nacer su primera hija en casa cosiendo y tejiendo para un proyecto nuevo que había surgido de enlaces familiares cercanos a ella. Este fue un período medianamente feliz en su vida en contraposición con la escasez económica. Aunque no todo es al fin y al cabo cuestión de dinero. Tiempo después tendría también su segundo hijo y seguiría trabajando, esta vez para otro taller en el que tuvo que pasar penurias y trabas por culpa de ciertos o ciertas compañeros y compañeras, sumándole a esto problemas con los que llevaban el taller y administraban y revisaban toda la producción, controlando de esta manera su trabajo y poniéndole cuotas de trabajo a cumplir. Por respeto a la intimidad de Laura y por petición propia no daré demasiados detalles sobre los problemas que tuvo que afrontar en ese taller por miedo a que su identidad se vea revelada con mucha facilidad, por lo que no comentaremos ese caso específico; en cambio, sí podemos decir que este taller acabaría quebrando y desapareciendo, dejando tras de sí cierto rastro de polémica y perjurios laborales. Laura y un compañero suyo dimitirían antes de que el barco se hundiera, pudiendo cobrar –aunque con ciertas dificultades– su finiquito correspondiente.
Finalmente acabaría abandonando, después de 31 años de vida dedicados al telar y a la tejedora, el sector textil. ¡Casi se me olvida! Volvió a ser madre, por tercera vez, de una pequeña niñita revoltosa. Tras su retiro del telar se formaría académicamente; terminaría la ESO en la escuela para adultos y haría cursos formativos relacionados con la sanidad y trabajos sociales de cuidados a personas mayores. Acabaría, gracias a esta formación que aún a día de hoy sigue recibiendo, trabajando como asistenta social, pero eso ya es otra historia que aún queda por escribirse…
Laura es y ha sido hasta la hora de ahora toda una luchadora. Se ha enfrentado a todo tipo de adversidades y aunque ni la tradición, ni la economía, ni las empresas, ni a veces sus compañeros se lo han puesto fácil, ha sabido seguir adelante rompiendo barreras y sin dejar que nadie la acabe pisoteando a fin de cuentas. Ha levantado una familia de tres hijos –dos niñas y un niño– ella sola y sin ayuda de nadie más que con el sudor de su frente y las noches de insomnio frente a la máquina de coser, pensando en cómo hacer para seguir manteniendo su casa, sus hijos y su vida.
Aún es joven y guapa, tiene mucho futuro por delante y un porvenir brillante en cuanto a lo que una persona necesita para vivir.
Ahora bien, debemos destacar la cantidad de injusticias y casos de abuso –si no se pueden llegar a considerar explotación– en su trabajo dentro de los talleres de costura: largas y largas jornadas laborales, remuneraciones absurdas y salarios ridículos en consideración al trabajo llevado a cabo y para quién era ese trabajo, falta de regulación implicando vía libre a las empresas a llevar a cabo una mala praxis de los derechos de los trabajadores y rompiendo con ellos; mas otro tipo de problemas.
Esta situación no deja de ser una vergüenza y una humillación para los derechos que tiene ya no sólo el trabajador, sino una persona. Y el primer derecho que debería tener sería el trabajar para vivir, no el vivir para trabajar; o lo que quiere decir, tener una vida que no esté dedicada únicamente al trabajo a causa de la necesidad y de la apropiación enajenada del trabajo por parte del Estado y del capital.
No podemos permitir siempre nuestra servidumbre a ambos grandes males para el trabajador. Hay que luchar, ponerse en pie de guerra contra ellos y, aunando fuerzas, romper nuestro yugo para llegar, de una vez por todas, a nuestra fastuosa emancipación.
Para acabar, ahora de verdad, con el artículo, me gustaría agradecer de todo corazón a Laura, quien no es sólo una increíble trabajadora y luchadora, sino que es, además, una madre valiente y buena que se preocupa por sus hijos más que por su propia vida. Enhorabuena, querida.
Este artículo finaliza y con él, el año. Así que desde Comuna Gatuna le deseamos, querido, querida, lector y lectora, un maravilloso comienzo de año y nuestros mejores deseos para el transcurso del entrante año 2024. ¡Salud y prosperidad, queridos compañeros y compañeras trabajadores, hagamos de este año que entra un año inolvidable por nuestros avances hacia la libertad!
NOTA IMPORTANTE: Si usted tiene alguna queja del estilo o alguna situación injusta o que usted considere que lo humilla, degrada, etc, no dude en contactar con nosotros por correo a comunaagatuna@gmail.com o directamente desde nuestra página web, además, también puede ponerse en contacto con nosotros mediante Instagram: @comunagatuna_. Le daremos toda la voz y visibilidad posible por tal de intentar cambiar algo de su situación o, por lo menos, para hacer su caso real y palpable para todos, aludidos, no aludidos y semejantes a usted. No está solo.
Gracias.