En este ensayo hablaremos de la vida en su máxima expresión y responderemos a preguntas relevantes al respecto sobre la misma. Precisamente, como este ensayo apunta a ser largo o, en su defecto, denso, lo dividiremos en función de las preguntas que respectan a este tema.             

     Así pues, dichas preguntas serían: ¿Qué es vivir? ¿Qué es la vida? ¿Cuáles son los motivos de la vida (o: ¿La vida tiene un motivo de ser, cuál es su objetivo?)? ¿Merece la pena vivir? ¿Qué diferencias hay entre vivir, existir y sobrevivir? ¿Hay cabida para la vida sin libertad? ¿Cómo podemos vivir? ¿La vida es bella en su naturaleza?             

     Además, acompañaremos a la respuesta de todas estas preguntas con una breve conclusión a modo de resumen al final del escrito.             

     Sin más dilaciones, comencemos a responder estas preguntas. 


¿Qué es vivir? 

Esta es la pregunta principal y la primera que debemos responder, incluso antes de la pregunta “¿Qué es la vida?”, ya que será la base de la estructura en la que construiremos esta tesis que pretende difundir una visión de la vida que va más allá de ser una casualidad sin más, sin más aditivos, sin motivo de ser.  

     ¡Pues no! La vida va mucho más allá de algo que no terminamos de comprender. Pero es precisamente por esto, porque no entendemos por qué vivimos en su sentido más científico, es porque no entendemos que como personas conscientes de nosotros mismos realmente vivimos, lo somos, somos algo; es precisamente por eso mismo por lo que debemos vivir. Pero no adelantemos motivos por los que debemos morir, primero debemos saber qué significa vivir. Y es que entendemos por vivir al acto en sí, propio, que significa la experimentación de sentimientos, el descubrimiento de conocimientos, momentos y hechos, así como el enriquecimiento personal, emocional e intelectual a lo largo de la vida.             

     Es una respuesta tal vez poco clara, así que vamos a destriparla y simplificarla todo lo posible. Verá, querido lector, usted y yo puede que vivamos o puede que no. ¿Cómo lo sabemos ya que la vida y vivir no van de la  mano? Pues lo sabremos porque habremos experimentado cosas, porque las hemos vivido. Es decir, vivir es en sí el cómputo general de todas las cosas que hacemos en nuestro día a día con un objetivo, que a su vez trae consigo otros al mismo tiempo; o lo que viene siendo, nosotros cuando, por ejemplo, leemos, tenemos tras de sí un objetivo (el de enriquecernos intelectual y emocionalmente, además de contribuir en nuestra formación como personas y nuestra cultura), y a su vez que esto sea así, tener este objetivo, conlleva el siguiente (el de vivir). Vivir no es algo que nosotros elegimos conscientemente siempre, nosotros muchas veces lo hacemos sin darnos cuenta, y es por eso por lo que generalizamos sin distinciones que todo lo que hacemos es vivir y tomando este acto como algo propio de la vida en sí.             

     Esto nos puede llevar a la conclusión de que entonces vivir es el disfrute y goce de la vida –término que aún no acabamos de conocer– sin ningún tipo de consideración ni miramiento por el resto de emociones o situaciones negativas; olvidando el odio, la tristeza, la soledad que muchas veces se convierte en un sentimiento, además de ser un estado, etc. Podríamos entender que vivir es sólo reír, disfrutar, sonreír, correr, saltar… Pero no, vivir es el conjunto de todas las emociones y sentirlas de verdad. No sólo es todo lo mencionado anteriormente, también debemos llorar, gritar, sufrir, arrepentirnos, tocar fondo; pero una vez se llore, se debe reír también, una vez se sufra debe uno disfrutar, y una vez cada persona toque fondo volverá a levantarse y salir a la superficie siendo mucho mejor de lo que era porque habrá aprendido, que es otra de las claves para vivir, el aprendizaje de todas las vivencias pasadas. Ya que sí, hay que sentir la alegría, pero también hay que sentir el dolor.             

     Los momentos pasados, además de ser una fuente inagotable de entretenimiento, son nuestra mayor fuente de experiencias y lecciones de las cuales debemos aprender, que no basarnos en ellas. Las situaciones y momentos pasados deben considerarse, pero no basar toda nuestra vida, nuestro hecho de vivir, en ello. Debemos ir más allá y seguir adelante; sabiendo que hemos experimentado cosas, que hemos investigado, aprendido, leído, reído, sufrido y habiendo compartido con nosotros mismos y con aquellas personas a las que amamos tal cantidad de momentos irrepetibles, sí, pero inolvidables y que suponen una lección preciosa. Independientemente de que dicha lección haya supuesto un mal momento o uno bueno, no podemos centrarnos únicamente en que algo es bueno y algo es malo. Vivir depende de las dos cosas.             

     Vivimos gracias a que hacemos cosas buenas y malas, cosas que están bien y que están mal y cosas que nos pueden venir bien o que nos pueden venir mal. Por supuesto, debemos poner límites, es lo más importante. Uno no debería vivir aprovechándose de otros, es incompatible para la naturaleza de la vida y del ser humano; debemos vivir en consideración a nuestro entorno y siendo conscientes de que todo lo que hacemos tiene una consecuencia que afecta ya no sólo a uno mismo, sino a los demás también. Cada uno siempre será libre de arruinarse la vida como quiera, pero nunca debemos arruinar la vida de los demás, no con maldad, no frívolamente y de forma deliberada con intereses detrás. Esas personas son sanguijuelas que debemos expulsar de nuestra vida y eliminar.             

     Y yo hago otra pregunta en base a esto: ¿Mi vida no es mía realmente entonces?

     El motivo de ser de esta pregunta es rellenar el hueco de incertidumbre que se pueda quedar sobre si sólo debemos vivir como queramos y ya está, que ya hemos visto que no, pero sobre si entonces nosotros no somos dueños de nuestra propia vida. 

     A lo que respondemos que sí, tu vida es tuya y nadie debería poder arrebatarte el vivir –que no la vida–, definitivamente debemos ser dueños de nuestra propia vida y no dejar nunca que nadie nos impida vivir siguiendo los pasos que hemos visto antes, aunque más que seguir ciertos pasos como si fuera un manual sería inspirándonos en tal reflexión, pues vivir no se debe limitar a seguir ciertas pautas. Vivir debe ser de forma totalmente libre en base a nuestra formación y con la orientación de otras personas que sí han vivido de verdad y que lo hacen día a día a consciencia. Esto tampoco significa que vivir siempre signifique sentir todo al máximo, reír hasta que no puedas más y que te duela la barriga y la cara de tanto hacerlo, llorar hasta que los ojos escuezan y duelan, llegando al punto de no ver. Esto depende de las circunstancias, pues también nos tocará reír y llorar de esa manera, pero no debemos tampoco pretender que todo debe ser de forma tan radical a nivel emocional, intelectual, cultural y físico.             

     Vivimos también gracias a momentos de pausa, dentro de la tormenta disfrutamos de la pausa que a veces se da en ella, aunque el viento agite fuerte; pues una vez la tormenta pase llegará la paz y la tranquilidad, y a veces toca disfrutarla más que nunca. Por lo que no, vivir no es sólo radicalizar todo sentimiento o emoción, es sentir, simple y meramente, sentir.        

     Claro que, ¿cómo podemos hacerlo si estamos pasando un caos? ¿Cómo hacerlo cuando sentimos que nada puede salir adelante y que lo único que nos espera es el sufrimiento terrenal y eterno?             

     Para eso debemos responder antes a la pregunta “¿Qué es la vida?”. 


¿Qué es la vida? 

La vida es, entonces y basándonos en la lección anterior, el camino –por así decirlo–. Entenderíamos la vida como un proceso natural, como un camino que cambia a lo largo del tiempo, que hace posible el transcurso de la vida. Sin tiempo no viviríamos, si el reloj se detuviera no habría nada. No nos limitaríamos a simplemente paralizarnos, sino que desapareceríamos.             

     Ya sabemos que el tiempo es crucial y fundamental para la vida, ¿pero qué es el tiempo realmente? El tiempo es el paso de los momentos. Es el transcurso de lo abstracto y lo real, lo tangible y lo intangible; es la máquina que hace posible que todo esto funcione y de la que dependemos. Nuestro soporte de vida, nunca mejor dicho. Sin tiempo no existiríamos como personas, pero no sólo no existiríamos nosotros, tampoco existiría el Universo tal cual lo conocemos, no habría materia ninguna ni tampoco ésta reaccionaría ante nada. Pues eso acabamos siendo nosotros también: materia cósmica.             

     Una vez sabiendo que el tiempo es lo que nos mueve, debemos entender bien qué es la vida. Definiremos la vida como el transcurso del tiempo que nos afecta como personas que somos y que pretenden aprovecharlo al máximo, todo lo posible. ¿Y qué significa aprovechar el tiempo todo lo posible? Vivir, por supuesto. Claro que, como hemos visto, esto no significa que siempre tengamos que estar haciendo algo. Tener momentos de rato libre y ocio, e incluso aburrirnos, es necesario y forma parte de vivir; así como forma parte de la vida, que es la que nos ofrece en su transcurso natural y no como ente mística, la oportunidad en base a dicho progreso de experimentar y de vivir ciertos momentos que se nos presentan. Aunque esto no significa que todo esto nos llegue de la nada. ¡Por supuesto que no! Si uno busca el amor debe hacer algo para que llegue a darse esa situación, si busca pareja lo natural sería que una persona la buscase. Y fracasará, lo hará una y otra vez hasta que finalmente lo conseguirá; o no, aunque no es habitual y de ser así tampoco se podrá decir nunca que no llegó a vivir el amor porque ni lo intentó. Luchó por ello, y eso muchas veces es hasta más que conseguirlo a la primera de cambio y conformarse, basando toda su vida en ese amor que buscaba. Esto se puede aplicar con otras cosas, obviamente, pero este es el más claro ejemplo que se puede poner al respecto.             

     Y es que, en definitiva, si no luchamos y vivimos no llegaremos a tener esas oportunidades que nos ofrece la vida en su proceso natural. Es ahí precisamente donde reside la belleza, en su punto más alto de la vida, en que si uno no vive no tiene vida; en que hay que luchar y caer en el intento, para así volver a levantarse y seguir adelante. La vida sigue y nosotros con ella, no nos quedamos atrás. Aunque a veces la vida desaparece en los peores momentos de nuestro paso por este único tránsito, pasando a la existencia, tal es así que ésta puede llevarnos al punto más oscuro de nuestra forma de ser, de nuestra persona y de nuestra integridad. Aunque de esto hablaremos después.        

     Lo importante, de momento, es que la vida es un proceso natural y que nadie tiene ni tendrá nunca el derecho a quitarte esa vida basada en el hecho de vivir. No siempre que tú dejes a los demás vivir y que tengan su vida. Esto no significa que cometer ciertos actos como insultar a alguien o pelearse con cierta persona de forma física y le haga daño o hiera no significa que ya ha herido su vida y ha interrumpido su hecho de vivir y, por lo tanto, no tiene derecho a su propia vida y a vivir, en consecuencia. Otra cosa sería que una persona matase a otra y le arrebatara su salud, pero estos casos no deben ser observables bajo el contexto sobre el que escribo este ensayo; volvamos al transcurso original del texto.             

     Ahora bien, después de tener ciertas nociones sobre lo que es vivir y sobre lo que es la vida en sí y en base a esta tesis, nos surge la siguiente pregunta: 


¿Cuáles son los motivos de la vida? 

¿Por qué vivimos? ¿Por qué luchamos? ¿Por qué tenemos que levantarnos todas las mañanas? ¿Por qué debemos tener en consideración tal cosa u otra? ¿Por qué debemos sentir? ¿Por qué debemos hacer ciertas cosas, sin importar cuáles sean?        

     Pues bien, ante ese aluvión de preguntas podemos responder con una respuesta muy corta: porque la vida es una. Esto genera cierta controversia, principalmente entre las personas religiosas que opinan que tras la muerte se hallará el paraíso en el Cielo o en donde se supone que vayamos dependiendo de una u otra religión. Esto no es más que un motivo de opresión hacia nuestra libertad y hacia nuestro hecho de vivir. La religión lo único que hará será ponernos trabas para vivir, pues nos dicen “no viváis ahora, lo haréis una vez muertos en el paraíso”, “sufrir aquí, es lo que debéis hacer para llegar luego al Cielo”. ¡Jamás! Nadie sabe qué vendrá después de la muerte y esto no es más que una excusa para someternos. El paraíso debe estar aquí, en la Tierra, y debe ser un paraíso en el que haya cabida tanto para emociones positivas y emociones negativas (pero todas necesarias), un paraíso libre de seres humanos que viven de verdad y que lo hacen de forma digna. Así que no, la religión no es compatible con la vida, es antagonista a esta y por ello debe ser revocada del puesto que tiene en nuestras vidas; liberarnos de la religión y entrar en el mundo de la razón y el libre pensamiento, hallando tú mismo las respuestas a las preguntas trascendentales de la vida es el primer paso para vivir.             

     Una vez habiendo respondido a las preguntas “¿Qué es vivir?” y “¿Qué es la vida?” y haberles dado respuesta, y visto  y comprendido que la vida es una y que no vamos a tener ninguna oportunidad de vivir más que esta, debemos preguntarnos por qué vivimos. Es decir, ¿qué nos impulsa a hacerlo más que el motivo de que no lo volveremos a hacer?             

     Cada uno debería vivir por voluntad, por mero enriquecimiento personal como seres humanos con humanidad, deberíamos vivir porque seamos libres de hacerlo –que lo somos dentro de ciertos parámetros que nos limitan pero que por suerte no nos lo impiden, de ser así deberíamos luchar por poder vivir–; esto quiere decir, vivimos porque nos motiva la curiosidad, el progreso y la búsqueda de respuestas a preguntas. Es la naturaleza más propia del ser humano, de la raza. Es en lo que hemos basado nuestra evolución como seres humanos y como nos hemos opuesto a ciertas trabas para evolucionar de verdad. Vivimos porque si no lo hiciéramos nada tendría sentido, absolutamente nada ni nadie podría decir que siente, sino que está vacío al contrario, que ya se ha rendido y ha sucumbido a la podredumbre personal y vital a la que nos arriesgamos nada más naces; a veces corre de nuestra cuenta, pero otras tantas no lo hace.        

     En sí debemos querer vivir, debemos querer experimentar y disfrutar, así como ser conscientes de que así como lo pasamos bien debemos pasarlo mal para aprender y seguir avanzando, seguir viviendo y descubriendo por el camino al que llamamos vida. Es esto, a fin de cuentas, lo bonito que tiene el vivir: que cada persona lucha por lo que es suyo, por vivir y por hacerlo de la mejor forma posible con las mejores condiciones que se puedan obtener de forma libre; enfrentándonos a nuestros miedos, mirando al enemigo (que se nos puede presentar en forma de sentimiento, persona o forma de vida) a la cara y diciéndole “¡No me das miedo! ¡No me importa que intentes hundirme, tal vez lo consigas incluso, pero me levantaré y te mostraré quién soy yo de verdad y gracias a quién lo soy!” Será justo en ese momento cuando ese enemigo se acobardará y echará hacia atrás. Ya no seremos nosotros quien tengamos miedo de lo que venga y nos deparen los resultados de las acciones y decisiones que hayamos tomado o que a veces han ocurrido sin haberlo podido evitar; será precisamente ese enemigo ilusorio el que nos tendrá miedo a nosotros porque habremos alcanzado el grado máximo de libre pensamiento. Justo en el momento en el que no dejemos nunca que nadie nos impida pensar de forma libre será cuando más podremos hacerlo. 

     En otro tema, también es cierto que hay personas que no son capaces de encontrarse a sí mismas y que no viven realmente, que su vida se limita a ser, a la existencia baldía, sin más. Y otras tantas personas que directamente están imposibilitadas para existir siquiera, sino que se dedican a sobrevivir y a luchar por aferrarse a la vida, por aferrarse a lo poco por lo que pueden luchar y por lo que pueden vivir. Aquellas pequeñas migajas de ilusión a poder vivir realmente. Esta lucha nos hace preguntarnos: 


¿Merece la pena vivir? 

La respuesta es bastante obvia visto lo visto, y es que sí, ¡claro que merece la pena hacerlo! Es la mejor decisión que cada persona podría tomar y que debería hacer a lo largo de su vida; la elección de vivir de la mejor forma posible y hacerlo de verdad, experimentando todo lo que conlleva consigo la vida de aquellas personas que viven.             

     Merece la pena tanto vivir como luchar por hacerlo, pues si no vivimos no perderemos la esencia más pura del ser humano: la vida, que se forma en base al hecho de vivir. Si nosotros no somos capaces de vivir tampoco seremos capaces de ser propiamente humanos y de tener humanidad, así también como personas que se dedican a impedir a las demás personas que vivan tampoco constan de humanidad, sino que son seres frívolos y deshumanizados a pesar de estar integrados en el conjunto de la humanidad.             

     Pero sí merece realmente la pena vivir. Ya que tenemos algo asegurado, que es la muerte, vamos a vivir con todas nuestras fuerzas y a luchar para que esto sea así, para que realmente cobre sentido el motivo aparente de que estamos aquí porque sí, por una casualidad de una entre miles de millones. Seamos nosotros mismos los que les demos sentido a la vida y los que hagamos que merezca la pena vivir. Seamos nosotros los dueños de nuestro propio destino.             

     Aunque no todas las personas lo ven así, no todos partimos de las mismas condiciones ni todos somos capaces de llegar a vivir por cuenta propia por unos motivos u otros. Además, hemos dicho que vivir es sentir, ¿pero y todas aquellas personas que no viven, qué hacen? Pues como hemos dicho antes, existen o sobreviven. ¿Y cuáles son las diferencias?             

     ¡Vamos a ello! 


¿Qué diferencias hay entre vivir, existir y sobrevivir? 

Así como vivimos, también podemos llegar a existir en ciertos momentos de nuestra vida o incluso, ojalá no lleguemos a esto, sobrevivir. Entenderíamos esto entonces como una especie de pirámide de tres escalones en la que, en lo más hondo, se encuentra la supervivencia, entre medias se hallaría la existencia, y en la cúspide podríamos observar el hecho de vivir. Esta sería la forma de jerarquizar las circunstancias en las que nos podemos encontrar como seres humanos.

     Ahora bien, ¿cuáles son las diferencias entre cada una de estas estancias dentro de la pirámide?             

     Pues, ya sabemos lo que es vivir, pero no sabemos lo que es existir o sobrevivir. A diferencia de lo que es vivir, que recordemos de forma resumida, es sentir en sí, la existencia se da en el caso de que una persona sea incapaz de hacerlo. La causa de esto se puede deber a infinidad de motivos; desde depresiones como origen que acabarían destruyendo a la persona, acontecimientos horribles que han dejado severos traumas dentro de sí misma o incluso la destrucción voluntaria de su propia vida, además de todas aquellas personas que por motivos de salud mental o enfermedades no sean capaz de sentir. En esos casos la existencia es lo que les depara, y realmente podríamos decir que dentro de lo malo no es lo peor que puede suceder ni mucho menos. Pues a excepción del último caso nombrado (aunque siempre depende del tipo de enfermedad), sí se puede remontar esa batalla de forma directa y sencilla dentro de lo que cabe.             

     Todos podemos luchar contra el vacío emocional y aferrarnos a la vida, no dejarnos caer más hondo. El conformismo no es una opción frente a la existencia, porque volveríamos a lo mismo de lo que hemos hablado antes. ¿De qué serviría todo si luego nos vamos a limitar a estar de forma vacía, sin más, si no vamos a ser humanos de verdad? ¡No tendría ningún sentido! Pero no por ello debemos rendirnos, suicidarnos y ya está, es precisamente por eso mismo por lo que debemos luchar. Y aunque no podemos pretender que todas las personas hagan uso de la razón estando en circunstancias tan adversas como las anteriormente mencionadas debemos apoyarlas y combatir con ellos, inspirarles en su lucha e incluso, si hace falta, sacrificar un poquito de nosotros para que esa persona pueda llevar a vivir y a tener una vida propia que no dependa del vacío existencial. Porque vivir hace la vida, también hace el sacrificio y el amor; hace también la vida de los demás.             

     En cambio, en el caso de una persona que sobreviva… Se podría decir que la supervivencia es el estado de toda persona que apenas puede suplir sus necesidades básicas, así sea el agua, la comida o el descanso. Pues es difícil que una persona luche por otras cosas que vayan más allá de su propia subsistencia y salud sin siquiera poder asegurar esto mismo. Aunque muchas veces los mayores actos de humanidad se dan entre personas que sobreviven, también se dan los más penosos. Ahí entra la forma de cada cual de afrontar tanto la adversidad como la humanidad de la que pretenden formar parte si es que pudieran. Ese anhelo por la humanidad y no por la impulsividad es lo que les lleva a sentirse vivos, a sentir que viven, aunque no sea así. Pero por lo menos podrían decir que fueron humanos que lucharon hasta el final. Ya que todos nacemos desnudos, deberíamos contar con las mismas posibilidades y todos y cada uno de nosotros debería tener el mismo derecho y la misma oportunidad de vivir, de hacerlo como debería ser y desde un principio sin que nadie le pisotee de forma cruel y vil la vida a nadie ni se lo impida. Porque vivir debe ser libre, pero si las personas no son libres o no tienen acceso a cierta libertad para poder vivir, nunca y en ningún caso podrán hacerlo.             

     No sería tanto el vacío el que llene a las personas que sobreviven, sino la impulsividad y deshumanización de las personas. No es tanto que no haya nada dentro de la casa, sino que no haya directamente casa en la que meter muebles o que se pueda decorar de la forma en la que cada persona decida hacerlo en función de su decisión libre de vivir.             

     Estas serían las mayores diferencias que hay entre cada uno de los escalones en las que categorizamos las circunstancias en las que nos podemos encontrar como personas que somos y que nos esforzamos en vivir.             


     Y ya que hemos hablado de libertad, vamos a seguir un poco por esta línea y vamos a responder a la siguiente pregunta principal formulada previamente. 


¿Hay cabida para la vida sin libertad? 

Está bien, pongámonos en situación de que no tenemos la libertad suficiente como para experimentar, para culturizarnos, para convertirnos en libres pensadores y llegar a nuestras propias conclusiones y razonar por nuestra cuenta. Pues naturalmente en ese caso nos limitaríamos a existir, ya que seríamos incapaces de sentir, de experimentar más allá de la banalidad y la ordinariez. Existiríamos. Aunque acabaríamos viviendo a duras penas y de forma relativa dentro de la ignorancia. Se dice que la ignorancia hace la felicidad, pero no es así, hará la felicidad baldía, pero no será la vida, no mejoraría nuestro hecho de vivir lo que implicaría vivir en ignorancia. Ya que la felicidad no es el objetivo, al coste que sea, debemos luchar por vivir de forma libre.             

     La libertad es la base de todo ser humano. Si una persona no es libre o no cuenta con ciertos márgenes en los que pueda serlo, no podrá vivir realmente. La experimentación de emociones, el descubrimiento de conocimientos y sensaciones… Esa capacidad de captarlos se verá mermada en gran cantidad y, por lo tanto, no viviremos de forma absoluta, plena y por lo tanto libre.             

     El problema es que no llegamos a ser libres, nadie es libre de verdad y basta con una reflexión momentánea para llegar a esa conclusión. Es por ese motivo por el cual se complica la tarea de vivir. Y esto depende y varía en función de las circunstancias materiales que predominen en lo que respecta a la realidad de cada persona. 


¿Cómo podemos vivir? 

Después de haber analizado la tesis anterior, nos debería surgir la pregunta personal de “¿Cómo puedo vivir yo entonces?” Querido lector, compañero, esto queda de su cargo.             

     Usted ya sabe lo que es vivir y cómo deben ser las circunstancias para hacerlo. Ya habrá llegado a la conclusión de si vive realmente o no lo hace, o no como le gustaría en verdad. ¡Decídalo usted mismo, querido lector! ¡Viva de la forma que más lo llene como ser humano y que más le haga sentir, experimentar, buscar información, hacerse preguntas y buscar respuestas, en definitiva, viva!             

     Sea usted el dueño de su propio destino de verdad y básese en la realidad que lo rodea para vivir. Es la mejor respuesta que se le puede dar a esta pregunta. Que viva de forma libre y luche por lo que es suyo y de los demás. 


¿La vida es bella en su naturaleza? 

Tras haber respondido anteriormente al resto de preguntas y haberlas explicado de forma clara (espero), toca llegar a la pregunta que toda persona se hace una vez ha vivido o una vez está harto de lo que él piensa que es la vida: ¿la vida es bonita?

     Por supuesto, habrá quien responda que no, pero en base a la visión de lo que es vivir y de la vida que hemos ofrecido podemos afirmar rotundamente que sí que es bonita de verdad. Lo es cuando vives en realidad, cuando cumples con todo lo que necesitas para ser una persona, un ser humano con humanidad y que se preocupa, lucha y vive gracias a la libertad que se le ofrece o que obtiene y debe obtener de forma plena. Cada persona vivirá realmente y de forma plena cuando el amor a la ciencia, la verdad y el progreso individual triunfe dentro de cada una de las personas, sin que haya impedimentos de ningún tipo entre su desarrollo como persona y él mismo.             

     Es bonita esta lucha, este afán de vivir y de ser.             

     Personalmente considero que si cada persona luchara más por vivir y se esforzara menos en hacer sufrir a otras personas y verlas como instrumentos redentores de sus intereses, todas las personas del mundo seríamos más humanas y no nos costaría tanto vivir. Pero en un mundo en el que hay personas y no seres humanos… A veces es difícil vivir por muy bonita que sea la vida en su naturaleza y lo que significa e implica vivir.             

     

     Y esta es la reflexión que quiero lanzar, para acabar con este ensayo que espero que dentro de lo tedioso, no se haya vuelto tan pesado; quiero decirle, querido lector, que no debemos tenerle miedo a vivir y a luchar. Dentro de la muerte se halla la vida también, pues ambas van cogidas de la mano. La vida y la muerte son una: la vida no podría existir sin la muerte y la muerte no se podría dar sin haber vida. Esto es lo más natural del mundo y no hay que cancelarlo, pues es así. Pero no quiero destripar el argumento del siguiente ensayo que hablará precisamente sobre la muerte.             

     Lo importante a la hora de ahora es que debemos vivir. Yo personalmente creo hacerlo, o por lo menos lucho porque así sea. La vida no es únicamente la creación de momentos y de acontecimientos que nos marcan la vida de forma “buena” o “mala”, más bien diríamos que lo hacen de forma natural; la vida va más allá de eso, es también enriquecerse y progresar como individuo, como ser humano… Y preocuparse no sólo por su propia vida y su libertad propia, sino que también preocuparse por la vida de los demás y su libertad: ser realmente seres humanos.