Una persona es pronunciar tal lúgubre palabra según se entiende habitualmente y se echa atrás, se abruma o incluso se puede sentir incómoda de cierta forma. Claro que hay personas que no sienten ningún tipo de temor e incluso que llegan a desearla, aunque no suele ser la norma, sino la excepción. Esa palabra, que guarda tras de sí una gran cantidad de interpretaciones y significados es: la muerte.             

     En este ensayo no pretendemos darle otro sentido a la muerte que no sea el obvio, el fin de la vida física, aunque haya otras formas de interpretarlo. Sino que el propósito de este escrito es hacerle ver a toda aquella persona que lo lea la única verdad que tenemos asegurada, y esa es que vamos a morir. Nadie se va a librar de la muerte, y es absurdo luchar contra ella. Va en contra de la naturaleza y de la vida; una forma de menospreciar la naturaleza humana. Nacemos y morimos, siendo esto lo único que realmente sabremos a lo largo de nuestro tránsito vital. De nada sirve intentar enfrentarla, de nada sirve tenerle miedo… La muerte forma parte de la vida, sin ella no podríamos vivir. Es aquí donde pretendo quedarme. Pues es precisamente el hecho de saber que va a llegar un punto en el que vamos a morir, en el que nuestra vida va a concluir, por el cual las personas luchan y avanzan. Es la muerte también quien nos hace personas. Nos motiva a aprovechar el tiempo, a vivir, a disfrutar, etc. Es totalmente necesaria y, por supuesto, natural.           

     La muerte es nuestra más fiel amiga, y hay que respetarla como tal. Gracias a ella somos quienes somos y nos formamos tal y como lo hacemos. La necesitamos. Aunque nos duela lo que consigo se lleva la muerte debemos aceptarlo y entender que es natural, así como debemos ser conscientes de que nosotros realmente moriremos algún día. Nos llegará nuestro momento, y esto es motivo de motivación e inspiración al hecho de vivir. Debemos asumir que esto será así y que una vez nos llegue solamente responderemos ante nosotros mismos y ante nadie más, que todo lo que hayamos hecho a lo largo de nuestra vida es lo que hay y que no habrá más. No habrá ni Cielo ni Infierno, no habrá otra vida, no renaceremos ni tampoco volveremos a repetirlo todo una y otra vez; esto es lo que tenemos, le guste o no, querido lector.                         

     

     En base a esta idea pueden surgir muchas otras que se fundan en el pesimismo y la triste idea de que entonces no tiene ningún tipo de sentido vivir, si total, vamos a acabar muriendo, ¿no? ¿Para qué esforzarse en hacer algo siquiera?             

     Pensar esto es una demostración frívola sobre el poco valor que una persona le puede dar hacia la vida humana, menospreciando las capacidades que como seres humanos tenemos para transformar lo efímero en eterno, incluso siendo ilusorio porque realmente sí tendremos un final. Aquéllas personas que piensan que no merece la pena la vida al existir la muerte deben entender que están erradas. La muerte no es el objetivo, vivir sí lo es. Aunque, eso sí, bajo malas condiciones emocionales, físicas e intelectuales es más normal que se vea a la muerte como una especie de salvación. Una luz en la lejanía a la que acogerse cuando estamos muy lejos de donde queremos estar. Pero incluso cuando no tienes nada que perder, luchar por lo que es tuyo es mejor que acudir a la muerte directamente. Igualmente, si uno muere durante el proceso de lucha acabará de la misma forma que como habría acabado sin hacerlo. Por lo menos intenta vivir, lucha por ello, por ti. No sucumbas a la liberación ilusoria directamente.             

     Ahora se podría pensar que es absurdo luchar por ti a pesar de tener esas circunstancias, que nada cambiará. ¡Pues no! Todo puede cambiar gracias al esfuerzo y al sacrificio. Gracias al de cada persona que forma el mundo podremos cambiar nuestra situación. Y por lo menos, si no lo haces de forma instantánea, contribuirás a la formación de una realidad mejor.             

     Es por esto que, a fin de cuentas, aunque vayamos a morir sí merece la pena vivir.            

     

     Porque, ¿qué cosa más bonita habrá que una vez estés en tu lecho de muerte y eches la vista atrás seas consciente de toda tu vida? ¿Qué cosa habrá más bonita que justo antes de que vayas a morir puedas decir de verdad: “he vivido, y lo he hecho como he querido sin que nadie me lo impida”; y una vez dichas estas palabras acompañar a la muerte hacia la oscuridad, de la mano, como viejos amigos e iguales que se conocen desde el principio de los tiempos.             

     No habrá nunca nada más bonito que haber llegado a la conclusión de que has vivido realmente. Sin temor, sin complejos, sin prejuicios; asumiendo la verdad de que el momento de la muerte llegará. ¡Qué mejor que contarle nuestra historia a la muerte y darle un bonito viaje hacia la oscuridad en la que le cuentes tu vida, una vida llena de luchas personales, de avances y progresos de todo tipo!             

     Querido lector, hagamos de la vida algo que merezca la pena para todos, hagámosle entender a la gente que es precisamente en los momentos más bajos de nuestra vida en los que más vivimos y aprendemos. Vivamos y ayudemos a vivir; y una vez toque, muramos como seres humanos que nacieron igual de desnudos que el resto.