Todos desde pequeños siempre hemos tenido o nos han inculcado el iluso pensamiento de que este mundo es un lugar afable lleno de metas y sueños que cumplir desde que éramos pequeños, nublados por la protección de nuestros progenitores o por la escasez de entendimiento sobre los sucesos que giraban a nuestro alrededor, ajenos a todo lo que sucede en el mundo, siendo esclavos de nuestra inocencia infantil que con el paso inexorable del tiempo acabaría desapareciendo en un océano de recuerdos sin fin donde una piruleta sería nuestro momento más dulce de nuestra infancia.
Los sueños… Siempre nos hemos interesado por nuestros más profundos anhelos, nuestros deseos más desesperados, metas imposibles –en todo su sentido-, etc. Todo esto forma parte de un entramado de signos vitales que forman parte de una realidad que tal vez resulta muy utópica si pensamos que es la realidad en la que vivimos como personas complejas.
Así pues, los sueños siempre han sido el objetivo número uno de la mayoría de personas si no todas. Debo aclarar de una forma realmente comprensible, forma parte de nuestra naturaleza más humana el deseo. Pero, por supuesto, surgen ciertas preguntas que hay que hacerse en algún punto de nuestra vida y que yo, por supuesto, intentaré facilitarle al lector para que reflexione conmigo sobre qué son los sueños en verdad en este sentido de deseo o necesidad, independientemente de los sueños químicos que cada uno tiene a la hora de dormir. Por lo tanto, nos surgen las dudas: ¿Qué es un sueño por definición en el sentido que le estamos dando de deseo? ¿De dónde surgen y por qué surgen? ¿Eso nos hace humanos? ¿Y la irrealidad que conlleva querer cumplirlos, no resulta una pérdida de tiempo?
Estas son las preguntas que hay que vamos a analizar y que nos darán a entender que los sueños, al fin y al cabo, son un mero producto de nuestra necesidad de tener algo por lo que luchar en nuestra vida a falta de un motivo real y una conclusión válida. Vamos a resolverlas pues.
¿Qué es un sueño?
Vamos a partir de la base primordial de que un sueño es algo irreal, algo que va mucho más allá de nuestra capacidad de entendimiento y comprensión, además de que se escapa de nuestro alcance. Son ilusiones complejas que podemos llegar a interpretar arbitrariamente y anhelar sin el uso de consciencia en cuanto respecta a nuestro juicio sobre si algo es alcanzable o no terrenalmente y que se forma bajo una enorme esperanza e ilusión, armaduras en las que se resguardan los mismos sueños de los que hablamos y que utilizan a su antojo para mantenernos esclavos de nuestros sentimientos y pasiones.
Es curiosa y controversial por partes iguales la definición que yo he atribuido a lo que es un sueño; curiosa porque es un enfoque que nos da lugar a otras preguntas, y, controversial porque no deja de ser un golpe de realidad muy duro que uno deba asumir, y que dada esta definición el motivo de su vida por el que lucha no es más que un simple objetivo real y que por mucho que sea lo que siempre quiso no deja de ser un objetivo más que no era para tanto.
Hay que decir que dicho de esta manera suena muy duro, es decir, ¿entonces para qué luchamos por lo que soñamos si no es real sino “irreal”? A lo que yo hago otra pregunta, ¿qué implica el hecho de desear tanto algo para que eso se vuelva tu punto de mira? Es decir, uno siempre debe tener objetivos, y es esto a lo que vamos. Cada persona tiene que establecerse unas metas, objetivos e incluso tener deseos… ¿Pero qué sentido tienen los sueños? Pues estos son inalcanzables por su naturaleza irreal. No forman parte ni pueden hacerlo de la realidad que nos rodea completamente. Son ilusiones, espejismos y delirios que creemos que están al alcance de nuestra mano pero cuando realmente lo están no son otra cosa que un objetivo al que le has tenido más ganas y le has dado más prioridad que a otro.
Su objetivo no es más y nada menos que el de motivarnos con algo en especial y que nosotros consideramos la meca de nuestros más profundos deseos. Nos dan esperanza, que es algo que muchas veces necesitamos aunque se diga que “es lo último que se pierde”, dicho que resulta ciertamente subjetivo y personal.
En conclusión, los sueños no se pueden alcanzar, los objetivos sí son viables, son reales, al contrario de los sueños, que tienen una naturaleza irreal. Esto quiere decir que no son reales porque es esa la naturaleza de los sueños, ser hechos ligados a la irrealidad y a la imaginación libre de cada una de las personas.
¿De dónde surgen los sueños y por qué?
Los sueños, deduzco, surgen de la necesidad humana de darle sentido a su vida de alguna forma y suplir la necesidad de lucha vital y existencial. No son más que una excusa para “vivir. Soñar es lo más humano que pueda haber, tener necesidades que suplir por motivos banales o complejos como pueden ser la diversión, la lucha o el honor personal o compartido con otra persona.
Somos nosotros nuestros propios sueños, eso nos hace, pero más nos hacen nuestros objetivos reales y metas, las cosas que somos capaces de conseguir, conociendo o no nuestras capacidades, pues si un sueño se cumple deja de ser un sueño automáticamente, destruyendo esa irrealidad que va ligada a la complejidad de los sueños y transformándose en un objetivo real cumplido.
Sin duda necesitamos soñar, pero no debemos caer tan rápido en el entusiasmo, debemos ser más realistas y luchar por nuestros objetivos que nos marcamos, porque al fin y al cabo nosotros podemos llegar a marcar si algo que deseamos es un sueño o es una meta que cumplir. Por ejemplo, aquella persona pobre no dejará tristemente de soñar con no serlo, mientras que una persona aristócrata o burguesa verá menos limitados sus sueños al tener más capacidad financiera. Pero hay otras cosas que no dependen de uno mismo, y es ahí donde entran los problemas, cuando se interpone la realidad con la fantasía.
¿Nos hace humanos soñar?
Sin duda. La naturaleza humana implica necesidades, pasando por ser básicas, como dormir, comer o la salud; pudiendo ser complejas emocionalmente –refiriéndose a temas amorosos, sociales, familiares y respecto a sentimientos-, o complejas por derecho social y obligatorio como el derecho a la vida, al trabajo, a la vivienda, al alimento, a la justicia, etc; o inútiles, que pueden considerarse incoherencias algunas veces, y que son todas aquellas cosas que nos pueden sobrar en la vida como los excesos, el consumo de alcohol o tabaco, la posesión de más de un coche que no implique necesidad o la misma posesión de coches de lujo, las mansiones o las dobles residencias y demás lujos. Pero aunque sea así de inútil y de infructuoso, implicando a su vez una injusticia social, no deja de ser un tipo de necesidad más. Y todas estas necesidades nos llevan a los deseos, metas y objetivos e, inevitablemente, los sueños.
Uno sueña para convertirse en alguien grande, para estar rodeado de coches y mujeres en una mansión, para hacer de este mundo algo mejor, para luchar contra una enfermedad… Soñamos porque tenemos necesidades, y eso es lo más humano que hay.
¿Conlleva soñar una pérdida de tiempo?
Después de responder las preguntas anteriores podríamos interpretar viablemente la pregunta de las dos formas obvias. Podríamos decir que sí es una pérdida de tiempo porque suponen un impedimento para luchar por lo que realmente importa y por lo que merece la pena y es posible. Sin embargo, al mismo tiempo, se podría decir que es una limitación que nos ponemos para intentar conseguir cosas que realmente queremos por considerarlo una pérdida de tiempo si luchamos por algo que parece muy utópico o que podría parecerlo como podría llegar a ser la cura contra el cáncer o la igualdad social total y concienciación de la sociedad a nivel total también, esto quiere decir que dejaríamos de luchar por motivos realmente grandes y por los que realmente merece la pena luchar aunque estos parezcan muy lejanos.
Si me preguntaran a mí, personalmente yo abogaría por la última opción, pues la considero mucho más útil. Las personas necesitamos esperanza, necesitamos fuerzas que obtenemos de objetivos, por otro tipo de motivos, y también, de esos sueños irreales que muchas veces dejan atrás su irrealidad para volverse algo latente en el mundo en el que vivimos y en la vida que tenemos, por la cual nunca podemos dejar de luchar. Merece la pena soñar, de hecho, lo necesitamos. La gente que deja de creer en sus sueños y que los abandonan, estas personas están condenadas a la indiferencia, al vacío vital al que les lleva esta conclusión.