Es gracioso que te tengas de enterar, siendo miembro (no presencial) del Consejo Estudiantil y miembro también la junta de delegados, que el Sindicato de Estudiantes ha convocado una huelga para dentro de cinco días. Más aún cuando estás saliendo del baño teniendo que volver a clase de Lengua y de un momento a otro te para un grupo de amigos para decirte que des media vuelta mientras gritan algo así como “¡hay huelga!”, pero con algunos improperios más, y agitando el móvil en la mano. En un primer momento pensé que sería otra huelga producto de la politización de un sindicato que debería centrarse en motivos estudiantiles, pero a quien nunca les he visto convocar una huelga relacionada con la educación en mis tres años como estudiante puesto en la materia. Quizá en un pasado sí lo hiciera. Pero para mi sorpresa no es una huelga politizada más, ¡es en defensa de la educación pública! Un 14 de mayo, martes… El 14M, no sonaba tan mal. Casi de inmediato y mientras leo las reclamaciones y el contexto doy media vuelta camino de dirección para convocar la huelga en nuestro centro. Una huelga que sí pensaba hacer, no como las otras.
Entonces surge la pregunta: ¿Por qué otras no y esta sí? Simplemente porque esta sí es estudiantil, sí concierne a un estudiante de Bachillerato y sí puede dar lugar a una lucha real. Por lo general, los estudiantes solemos meter nuestras narices en muchos asuntos, sea la guerra en Oriente entre Israel y Palestina o la guerra entre Ucrania y Rusia, incluso por el 8 de marzo… Y esta huelga sería digna también de realización de no ser por el espíritu poco guerrero que se ve en las aulas, e incluso en la sociedad. Ese día ha pasado de ser un día de lucha a una celebración prácticamente en la que poco se reivindica en realidad y ningún objetivo más se pretende alcanzar. Pero no se convocan huelgas estudiantiles, la educación para el Sindicato de Estudiantes parece quedarse de lado, cuando es lo que nos afecta más directamente. Precisamente nuestra situación como estudiantes no es la mejor, y tampoco nos faltan motivos para salir a la calle a protestar, pero parece no importar. Los estudiantes, en cambio, tienen asociada toda huelga a dormir como un poseso ese día o a estudiar en casa, en su defecto. ¿Pero dónde queda el ánimo de luchar por lo que es nuestro? Aunque visto lo visto es normal, refiriéndome a que con esas ganas de concienciación poco se puede hacer.
Tocaba promulgar la huelga, y muchas veces es triste como se llegan a cachondear del asunto o pasan del tema como si no les afectara… No les reprocho nada, al final ellos no tienen la culpa completamente, pues esto no deja de ser el resultado del olvido, de la manipulación subjetiva del capitalismo y de la falta de interés en los problemas que el mundo acarrea hoy día. De todos modos una cosa tenía clara: a esta huelga no podía faltar bajo ninguna circunstancia.
Te ves allí, con un grupo de compañeros y compañeras que has convencido y dos pancartas que has hecho el día de antes, con la incertidumbre de si vendrá o no vendrá gente, de cuánta será, de si lograremos algo en realidad con estas acciones. Planteas en tu cabeza infinitud de posibilidades, hasta las de una huelga violenta en la que se quemen contenedores. Cosas locas. Y notas los nervios conforme se acerca la hora y comienzas a vislumbrar banderas de distintos sindicatos. Así que vas allí y de un momento a otro te ves con una bandera de la Confederación General del Tabajo (CGT) –a quienes mando un caluroso abrazo y espero lleguen a leer estas palabras que plasmo de manifiesto del comienzo de una lucha a seguir con todo nuestro empeño y dedicación– y llevando una pancarta más grande y bien hecha, de estas que llevan varias personas y son largas. No una de cartón más o menos bien pintada. Eso nos pasó a nosotros. También nos pasó eso de romper el orden de la manifestación e intentar ponernos en primera línea de combate, sólo que ya estarían allí otros sindicatos como Comisiones Obreras (CCOO) para echarnos para atrás. Querían la huelga para ellos, y lo dejaron bastante claro. Por lo menos en la capital a la que nosotros acudimos.
Notabas esa rivalidad entre sindicatos, ese pique encubierto que se intenta esconder entre “luchas obreras” y “victorias sindicales”, en una supuesta cooperación que disimulan descaradamente mal. Y es triste ver que esto resulta así, ya que el sindicalismo debería ir más allá de las diferencias ideológicas al ser el bien del obrero la principal meta del sindicalista, del que realmente sea sindicalista. También he de decir, no sólo del obrero, también del agricultor, el jornalero, el ganadero, el estudiante, el costurero, el mecánico, etc. Todos formamos la clase oprimida por el capital y su inmunda influencia en todas las esferas de la vida, que tanto nos afecta como personas, en la salud mental y física, en las decisiones que tomamos día a día. Ajenamente de lo que opine de sindicatos como CCOO o el CSIF –que ni siquiera tuvo la decencia de hacer acto de presencia en dicha manifestación–, la lucha sindical debería ser algo más colectiva, menos interesada en cuanto a la imposición hegemónica de un sindicato a otro. Como estudiante de bachillerato no me parece bien salir a la calle por Palestina, más que nada porque aún se supone que me estoy “educando”, y no “formando”, aunque sea todo lo contrario. ¡Nunca nos educan! De ahí que sostenga que los estudiantes somos meros esclavos más del sistema que salen de las escuelas con fines productivos y banalmente reproductivos, para nada más. Ni pensamiento crítico, ni razonamiento, ni opinión o personalidad propia, ni capacidad de expresar una opinión propia. Absolutamente nada. Entendería eso de hacer acampadas en los campus de las universidades, pero, precisamente, como universitario.
Resulta otro problema en la educación, la politización en las aulas. Hoy día al final no importa, pues al final toda protesta que hagas contra este sistema educativo es una muestra de activismo político. Pero de la misma manera en la que ese 14M salimos a la calle por una educación laica, pública, gratuita y libre, también deberíamos pedir una educación apolítica y lejana de la influencia política. ¡No somos peones con los que puedan jugar! ¡No tenemos que soportar que se nos recorte de nuestra educación para subvencionar proyectos de ley y ayudas nefastas que no solucionan ningún problema real! ¡Y mejor ni hablemos de corrupción…! (Mejor para otro artículo).
A donde quiero llegar con esto es que, precisamente, sindicatos como el de estudiantes no favorece ese desentendimiento de la política, ni tampoco gana nada rompiendo esa barrera y queriendo hacernos luchar sin esforzarse siquiera por concienciar a las personas de por qué se manifiestan. De ahí que sea normal que los pupitres vean las huelgas como un día de no ir a clases y quedarse en la cama, normal que los amigos de los que hablaba en un principio vinieran con una sonrisa de oreja a oreja diciendo que había huelga sin siquiera terminar de entender por qué había huelga y sin tener contexto ninguno.
No somos máquinas, lo repetiré una y mil veces. Los estudiantes no podemos ser objetos políticos, fichas del ajedrez que mueve la casta política para su beneficio propio y para el de unos cuantos propietarios de toda la riqueza del país que se hacen llamar empresarios y que dominan las propiedades capitales de los sectores productivos del país. Y sí, es así aunque nunca nadie tuviera derecho a decir que las parcelas de tierra eran de nadie, que teníamos total libertad a explotar el medioambiente como quisiéramos o que incluso podíamos tener esclavos llamados trabajadores asalariados por contrato –o sin él, algo que es muy español– para generar riqueza. Por supuesto, con el esfuerzo ajeno.
Es demasiado triste aspirar a eso únicamente, a trabajar sin vivir, a esforzarse y recibir sólo migajas de ese esfuerzo. No digo que haya que echar el trabajo a arder, sino que hay que hacer del trabajo algo nuestro de verdad y para nosotros, no para un explotador o un político más, ¡ni mucho menos para la Iglesia u otra institución religiosa! ¡Dios nos libre de esto!
Pero bueno, como pasa siempre, parece que he hablado de todo menos de educación…
Vaya ironía, ¿no?