En honor al aniversario de la muerte de Francisco Ferrer, el padre de la Escuela Moderna en España hasta su fallecimiento el 13 de octubre de 1909. ¡Por muchos más como él!
Hace ya mucho tiempo, años, germina una semilla en el núcleo del epicentro estudiantil y juvenil. Poco a poco y con el paso inexorable del tiempo una idea va calando más entre los jóvenes conscientes y sensatos de hoy en día que realmente se preocupan por su desarrollo y, no sólo su futuro propio, personal, sino por el de millones de estudiantes que cada día de la semana –salvo sábados y domingos– vuelven a las aulas a pasar lo que ellos consideran un suplicio en toda regla. Esa idea es una idea que no termina de crecer del todo, no echa las semillas suficientes en la maceta como para alimentarse lo suficientemente bien y crecer, ser un gran árbol provechoso que dé frutos en abundancia.
Es obvio el hecho de que nuestro sistema educativo es obsoleto, deficiente, pobre y carece totalmente de un desarrollo personal para todas las personas que son víctima de esa máquina de hacer autómatas que es la educación estatal, sea privada o pública, cualquier tipo de educación impartida hoy día en España está ¡mal! Es un completo desastre. Y no lo digo únicamente por echar peso sobre una estructura que ya está derrumbada pero que se sigue utilizando. Es porque realmente la verdad de la educación va más allá que simples palabras banales en forma de ataque.
Esa es la idea y la obviedad que se ha desarrollado estos años entre las masas estudiantiles. Pero, ¿por qué no termina de dar frutos dicha idea? ¿Por qué el sistema educativo es de esa manera? ¿Hay intereses detrás de este plan de estudios tan fatal? Son preguntas de real transcendencia si queremos hablar de este tema y son, sin duda, las bases de las que debemos partir para afrontar este asunto de raíz y atacarlo, destruirlo como se merece para inculcar en las mentes de las personas; de profesores, padres, madres y alumnos, el cambio que se debe realizar de forma inmediata en el sistema educativo si no queremos caer en la monotonía perpetua como en la que han sucumbido ya alguna que otra generación de jóvenes.
¿Por qué no termina de dar frutos la idea de que el sistema educativo está mal dentro de los jóvenes estudiantes?
Si bien es cierto que los estudiantes han sido capaces de ver el problema que sufren respecto a esto, pues es más que obvio, además de que son ellos mismos los que lo viven día a día; éstos no terminan de involucrarse ni de hacer llegar dicha realidad a más personas. Añadiendo el hecho de que nadie, dentro de las asociaciones juveniles y del alumnado, ha propuesto una alternativa en la que basarse para esto.
¿Por qué? Por falta de voluntad y de deseo por un cambio no será, eso desde luego. Esto se debe a que, 1) no está en sus manos realizar dichos planes o estructura nueva en la que basarse, para eso ya se supone que hay cerebritos estrujándose el coco para hacer el mejor posible –mentira–, 2) muchas veces por una seria falta de conocimiento, de la cual no se les puede culpar, ¡nunca aprendieron ni les enseñaron a racionalizar de forma eficiente al cien por cien, que no es de otra manera que de forma totalmente libre! 3) a pesar de que el estudiante no es tonto, para nada, se sentiría perdido en la deriva del cambio, pues no siempre son fáciles de asumir y mucho menos en la más importante etapa de nuestro desarrollo como personas.
Esto quiere decir, en resumidas cuentas, que no son culpables de que no se haya realizado el cambio. Aunque igualmente, por mucho que quisieran y que luchen por ello no podrían. Y con esto pasamos a la siguiente pregunta, pues es la que responderá a esta cuestión.
¿Por qué el sistema educativo es de esta manera? ¿Hay intereses detrás de este plan de estudios fatal?
He decidido juntar en dos la respuesta a dicha reflexión ya que considero que ambas preguntas van estrechamente ligadas y que se complementan de forma única. Pues en parte son la misma pregunta expuesta con otras palabras pero que nos lleva de forma inevitable a la misma conclusión en base a su desarrollo.
Debemos empezar, antes de nada, definiendo cómo es el sistema educativo. El sistema educativo se basa principalmente en “enseñar” al estudiante cosas, conocimientos aprendidos de sus profesores que salen de los libros de texto para luego, teóricamente, utilizarlos en la vida real. Aunque sí, es cierto que luego dichos conocimientos sólo sirvan para plasmarlos en una hoja en blanco y que nos den un número de calificación en base a nuestra capacidad de memorizar; y sí, a pesar de que justo después de realizar ese control de conocimientos todo lo memorizado acaba en el más profundo abismo del olvido; y está bien, es verdad, no todos los estudiantes parten con la misma ventaja y no es justo; y bueno, también… Podría seguir así un buen rato exponiendo debilidades dentro del sistema. Pero es que son precisamente estas debilidades en las que se apoya el sistema para criarnos de la forma en la que pretende hacerlo en realidad. No somos más que cerdos criados para llevar al matadero, sólo que en vez de llevarnos al matadero, nos llevan a la inmundicia de la ignorancia y a la automatización y obediencia sumisa y total ante cualquier orden.
Nos preparan para ser corderos guiados por un pastor. ¿Y quién es ese pastor? Adivina. ¡El Estado, Dios y el Capital! Efectivamente, has acertado, querido lector.
No es una casualidad el hecho de que esto sea así, que estemos siendo enseñados bajo esta premisa. Pero es que es una realidad, por mucho que cualquiera quiera negarlo es así. Nos enseñan a obedecer órdenes dadas de una figura que nos es superior, y ya no sólo eso, sino que además se nos es castigado si no las obedecemos de forma cruel y exagerada para lo que es en realidad. Se pena, en este caso, más por el acto que por el delito. ¡Una vergüenza! ¡Y las humillaciones delante de los demás compañeros! ¡Y las risas que seguro a más de uno han dejado traumatizado! Esto no es lo más apropiado para el ambiente de un infante que aún está aprendiendo, que se está desarrollando, que está madurando en base a ideas y en el análisis de las bases del mundo en el que vive y que lo rodea. Sería penoso y es penoso el hecho de que cada niño crezca de esa manera, sin el derecho a ser libre ni siquiera en un ámbito que debería serlo por norma como lo es la educación. ¡Una crueldad sin fronteras! Se le es arrebatada al estudiante, niño y niña, toda capacidad de decisión propia, de innovación, de desarrollo intelectual y emocional. Se le priva de sus necesidades muchas veces como lo son ir al baño o comer, ya que se tienen que someter a un rígido horario. Y ya no sólo con eso, sino que encima, cuando crecen y se convierten en adolescentes, se ven bajo unos niveles de estrés y presión que no deberían ser normales en un chaval de quince años, dieciséis, diecisiete o incluso yendo hacia atrás en la escala numérica; catorce, trece. A veces incluso llegan a llorar de la ansiedad y del estrés que esto les provoca. ¡Y es sólo un avance pequeño de lo que les queda que soportar en sus penosas vidas! Para eso nos preparan, para vivir penosamente y someternos a sus intereses y voluntades explotadoras y esclavistas. Así pues, se puede definir al estudiante como un potencial humano que procede a pasar a ser un potencial autómata. Triste, pero cierto.
No nos podemos olvidar, por supuesto, de la competencia a la que nos obligan involucrarnos desde los estatutos de lo alto de la pirámide de la sociedad en la que, como siempre, el pueblo explotado se queda abajo, y los de arriba se aprovechan de esto a pesar de ser una minoría. La competencia es, en su naturaleza, una actividad de animales. ¡Y se nos fuerza a ello! Todo porque “tenemos que ser alguien en la vida”. Esta seguramente sea la mayor estafa a lo largo de la vida de las personas, que realmente aspiran a ser algo más que esclavos subyugados del sistema y del Estado. Desde bien críos se nos dice que si sacamos buenas notas llegaremos a ser gente importante, que en base a esos números sobre exámenes escritos u orales reside nuestro intelecto, nuestra naturaleza y nuestro progreso. También se nos dice que si nos esforzamos conseguiremos grandes cosas, que todo es posible gracias a la persistencia y que ambas cosas juntas son una fuerza indestructible. Todo dista demasiado de la realidad, pues si bien es cierto que la persistencia y el esfuerzo son dos armas muy versátiles contra todo enemigo autoritario, éste se aprovecha a su vez de nuestras fuerzas como humanos que buscan la libertad para gastarlas en eso que llaman educación, cuando no es más que adoctrinamiento. Nos queman por dentro y por fuera y nos hacen creer encima que si algo ha fallado en nuestro desarrollo –lo que viene siendo la creación de un autómata más para ellos, es decir, el Estado, la Iglesia y el Capital–, es culpa nuestra. ¡Lo más ridículo que se puede escuchar!
Debo aclarar también que estas palabras no pretenden atacar a los profesores y maestros o su profesión, ellos son simples peones en todo este entramado que también han sufrido el mismo adoctrinamiento al que son expuestos sus alumnos. No se les puede tachar o culpar de ser el tipo de profesores que son –dominados por la costumbre adoctrinadora del sistema educativo anticuado que prevalece frente al desarrollo libre de las personas–, pues estos independientemente de que sean mejores o peores personas, mejores o peores maestros, o tengan más o menos vocación, también han sido enseñados en base a todo este entresijo de signos adoctrinadores y sistemáticos que resulta ser la fábrica de la educación.
¿Se podría realizar una lucha conjunta entre profesores y alumnos? ¿Cómo sería eso posible, si siempre ha habido una enemistad antinatural entre maestro y aprendiz? ¿Se conseguiría algo?
Por supuesto que se podría, para empezar, tomar medidas de forma conjunta en este sentido y hacer algo en pos de la libertad y el progreso que la honre de verdad. Pero para eso debemos de considerar ciertos factores clave que tenemos que tener muy presentes si queremos triunfar todos como maestro-alumno y como humanos que somos, que luchan por su libertad, esa idea antagónica a la autoridad y que siempre intentan reprimir las fuerzas pudientes de arriba. Fuerzas que tienen que caer para que los que estén abajo rompan este paradigma de “arriba y abajo” o “abajo y arriba”. Y esto, por supuesto, empieza principalmente por la educación. Así tan importante es para la supervivencia humana la agricultura, tan importante resulta para el desarrollo intelectual y libre de las personas la educación. Una educación libertaria basada en la Escuela Moderna. A cuyo principal difusor en España, Francisco Ferrer, honoramos y respetamos de todo corazón. Es todo un ejemplo a seguir y toda una historia que contar la suya (ya se le será dedicado un artículo aparte, además de este).
Ahora bien; dichos factores a tener en cuenta son por parte de profesor y de alumno. Así que vamos a ver cuáles son empezando por el más bonito oficio, el del profesor.
Los profesores tristemente tienden muchas veces a considerar a sus alumnos como inferiores y a tratarlos de forma autoritaria, imponiendo reglas absurdas dentro de sus clases e independientemente a las ya de por sí opresoras restricciones que vienen desde arriba, desde dirección, y desde la junta de cada autonomía, y así desde el Gobierno. Además, pecan de ser arrogantes intelectualmente y no muchos confían en aprender más allá de lo que saben al ser profesores, “los grandes portadores del conocimiento que transmiten como héroes que van a salvar a los jóvenes críos de las drogas y las calles”. Una arrogancia, una muestra de prepotencia. ¡Pero no me malentendáis, por favor! De esto pecan médicos, abogados, jueces, obreros, albañiles. La humildad muchas veces no es una virtud a pesar de que sea muy solicitada. No es mala dicha arrogancia siempre que no degenere en un autoritarismo no empático, que es en lo que suele acabar. Pocos profesores empatizan con el alumno, únicamente se rigen por las normas que le son impuestas y por las normas que imponen. Creando un círculo vicioso en el que lo único que sale ganando es la inmundicia y el estancamiento intelectual dentro de lo que se refiere al desarrollo humano.
Pero por supuesto, de esto último, de esta falta de empatía por parte de los profesores, también se encuentra entre los jóvenes. Muchas veces son ellos los que tampoco entienden a su maestro y a sus haceres; así como reclaman al mismo tiempo humanidad y empatía, tienden a carecer demasiado de ella por ver al maestro como un enemigo que viene todos los días al instituto para tocarle los huevos al personal. ¡Y dónde quedaron las ganas de aprender! ¡Ay, qué triste que el alumno vea el aprendizaje como su condena y al profesor como el verdugo! Pero es que es en esto en lo que ha evolucionado de forma penosa y lamentable la educación.
Los jóvenes no se sienten motivados; odian las matemáticas, la lengua, la física, la geografía, la historia, ¡y filosofía, qué muermazo! Además, ven al profesor como un enemigo al que no hay que darle ni agua, aunque si es bueno a veces y es flexible con la fecha del examen a lo mejor prueba una gota de ese elixir de la vida en mitad del basto desierto en el que se está quedando –o más bien es– la educación.
¡Por supuesto que se puede hacer algo! Pero para eso debemos unirnos todos y ver que nosotros no somos enemigos por naturaleza. Uno quiere enseñar y el otro aprender, es la esencia de cada uno tan complementaria, tan pura, tan bella; tan hermosa como lo son las ganas de desarrollarse como personas. ¡Pero no salimos del instituto siendo personas! ¡No salimos de las universidades siendo libres!
Únicamente un sistema educativo libertario en base a los fundamentos de la Escuela Moderna y de la pedagogía (¡qué disciplina más hermosa!) racionalizada o racionalismo pedagógico podrá hacernos libres de verdad. Sin ataduras a Dios, que es antagónico al progreso y al aprendizaje intelectual, así como al progreso humano. Sin las cadenas y yugos que nos impone el Estado. Sin ser esclavos del capital. Es la libertad la que nos hará humanos y no autómatas sin capacidad de pensar lógicamente, de ver más allá de las paredes que nos han levantado estos tres malhechores y enemigos del pueblo y, por ende, del ser humano y de su progreso. No serán los libros de texto, ni los exámenes calificados del uno al diez, ni tampoco serán los castigos, los partes, las jornadas de estudio de seis horas más las que se echen en el domicilio. ¡No, nada de eso será progreso!
Profesores y alumnos son como una flor que se marchita porque quien los cuida, que es el Estado y no la libertad, les echa insecticida en vez de agua para regarlas y que así surjan bellos pétalos y exhalen un bello aroma natural, esencial para la vida.
Aludo a la pasión, a la comprensión y a la razón para que se entienda el propósito real de este escrito. Esto es esencial para que la situación se reoriente hacia el camino del que nunca se debió de haber torcido. Hay que hacerle frente a la represión y a las fuerzas que nos intenten acallar por protestar, por rebelarnos, por luchar frente a esta situación. ¡Porque yo soy estudiante, y yo soy una víctima, como todos mis compañeros de asiento y como todos aquellos que se disponen a que aprenda algo! A que aprenda algo, sí, a pesar de que no enseñen nada.
Por favor, entiéndase el texto total que aquí se muestra. Esto no es un ataque ferviente contra la educación; es una petición formal y desarrollada con una propuesta alternativa en la que basarnos para seguir progresando como especie humana –raza diría Emma Goldman, sin ningún tipo de sentido conceptual que tiene de racismo ni clasismo–, es esta una carta que hago a la sociedad y que firmo con la sangre de mi corazón y la pasión de mi ideología anarquista, con esa fuerza que me otorga las ansias de libertad y la búsqueda del desarrollo humano en todas sus formas. Y es que esto es lo que busca el anarquismo: el progreso conjunto de la humanidad en base a la libertad individual de cada uno.