Hoy vamos a tratar un tema indispensable que no puede faltar en las cenas de Navidad o en los bares y que siempre tiende a acabar en discusión. No es menos que la cuestión de si nuestro querido Felipe VI es legítimamente jefe del Estado, o si bien sería mejor echarlo a patadas e instaurar una República; o si ninguna de estas opciones es la mejor. Así que, sin más, vamos directamente al asunto principal.
Una cosa está más que clara o que debería estarlo a día de hoy: mantener una monarquía, independientemente de que sea parlamentaria o totalitaria, es una soberana estupidez política. Los argumentos a favor de la monarquía son escasos, y no dejan de ser banalidades intelectuales y ridículas que el franquismo y el estatismo han ido inculcando en la sociedad española. Tales son algunas como la irrealidad del orgullo patriótico y nacional, pues éste no es más que un mero intento de mantener sofocadas las críticas sociales en cuanto a la legitimación del poder porque se supone que “es algo muy nuestro”. El nacionalismo es una farsa, una herramienta opresora más del Estado militar enmascarado por el pseudoconstitucionalismo y la pseudodemocracia. Bajo esta premisa banal, que es el principal punto a favor de la monarquía, es donde se apoya la misma. Porque ignorante es aquel que defiende que la monarquía sirve de representación en el extranjero, es un mediador en nuestro país por si hay problemas, un jefe comandante de los ejércitos, etc.
Para empezar, el hecho de que tengamos rey no va a mejorar implícitamente las relaciones abstractas y falsas, creadas bajo intereses frívolos entre Estados opresores, que tengamos con otros países. No vamos a ser mejor país en el exterior de nuestras fronteras por tener a un niño pijo mantenido que no sabe lo que es un martillo o una bara, ni de lejos es así por mucho que los monárquicos se empeñen en hacerlo creer así, o que los dinosaurios que son aún los pocos carlistas que quedan se enorgullezcan de ello en el extranjero cuando lo que damos es pena.
Luego, ¿cómo mediador? Por supuesto, Juan Carlos I nos brindó nuestra tan bonita democracia del “pueblo”. ¡Mentira! No fue más que el paso de un régimen opresor a otro, con la única diferencia de que en uno era una única persona la que estaba al frente del país, mientras que ahora lo hace nuestro Gobierno partidista e interesado. Y claro está, sin renunciar a los privilegios con los que la monarquía cuenta. ¡A ver quién le pone la mano encima al rey! Dichoso aquel que lo haga, porque las represalias serán fuertes. Claro que eso estamos haciendo nosotros ahora mismo, ¡sin ningún tipo de miedo!
Para finalizar por abarcar los tres puntos que se han expuesto en defensa del rey, esta vez bajo el motivo de que es comandante en jefe del ejército, debemos decir que es absurdo defender que la institución monárquica sea la que maneje los hilos del ejército y al cual además se le hace jurar lealtad. ¿Qué es el ejército en verdad? Una herramienta de opresión que constituye el Estado policial, militar y opresor –ya que lo de conquistador se le queda bastante grande. ¿Los generales? Una escoria social con la misión de reprimir levantamientos populares. ¿Y los propios militares? Pobres ciudadanos engañados por el orgullo falsamente patriótico y nacional que se piensan que van a defender al pueblo cuando lo que hacen es controlarlo. Es que de quién lo van a defender, ¿de nosotros mismos? Qué inmundicia.
Volviendo al tema principal, es que para no variar y como siempre ha sido, toda clase opresora, en este caso la nobleza, por tal de mantener su hegemonía y su poder hace cualquier cosa y está dispuesta a ceder privilegios. Todo por tal de que sus pertenencias no sean expropiadas por el pueblo o robadas por el Estado bajo el Gobierno partidista y estatista de turno. La monarquía española estuvo dispuesta a pasar en cierto modo a un segundo plano bajo la dictadura de Primo de Rivera, y antes que enfrentarse a las consecuencias de sus decisiones huyó para refugiarse en otro Estado opresor, policial, militar y conquistador, como lo era el Estado francés. Bajo el mandato de Franco pasó lo mismo que con Primo de Rivera, y una vez Franco muerto la monarquía se dio cuenta de que no podía seguir prevaleciendo el totalitarismo monárquico, de que era incompatible con las formas de Gobierno que se estaban viendo y que se veían en Europa, además de por temor a ciertas rebeliones sociales. Por tanto, buscó alternativas. Recovecos en los que esconderse para sobrevivir sin perder sus privilegios y seguir manteniéndose en el poder.
Así fue como la democracia vino junto a una monarquía parásita en la sociedad, y el pueblo, temeroso por las experiencias vividas por la represión de la dictadura de Franco, cedió y aceptó.
Esa es la monarquía española. Una lacra, un parásito que hay que exterminar y que quitarse del medio para llegar a la libertad del pueblo y a la autodeterminación de los individuos de forma colectiva, así como la emancipación de la clase obrera.
Por supuesto, nos surge una pregunta después de haber desarticulado la monarquía: ¿Entonces el republicanismo es una opción? Lo es, pero no lo es en el sentido político que implica someternos bajo otro miembro más del Estado, únicamente que bajo otro título que es el de Presidente. No. El republicanismo debe limitarse a ser un fuerte sentimiento de rechazo frente a la monarquía y de su poder totalitario y opresor.
Así que, bajo tal condición, un anarquista puede autodefinirse en parte como republicano, siempre que cuente con este detalle. Esta anotación sobre lo que es para un anarquista ser republicano, ya que el anarquista no rechaza sólo el poder del rey, sino que rechaza cualquier tipo de poder estatista y autoritario que lo oprima. Venga de la monarquía o de la presidencia republicana, ambos métodos son modos de imponer una autoridad sobre el pueblo, del cual se aprovecha para sacar beneficio como una vil sanguijuela. Por eso, frente a toda forma de autoridad opresora, nunca doblegarse y hacerle cara con lo que haga falta.
Es penoso ver incluso cómo algunos trabajadores asalariados con lo mínimo y subyugados bajo el peso del empresario capitalista sigue defendiendo aún a su rey, o más bien el rey, porque Felipe VI no es rey del pueblo, no es rey más que para aquellos grupos privilegiados opresores como la burguesía estatista y la aristocracia con la que comparte fiestas y banquetes. Esas altas esferas que nos mantienen encadenados…
¡Hay que luchar contra ellas! ¡Sin miedo a represalias! Pues es el pueblo el que debe ser soberano y dueño de su propio destino. Es el final inevitable, el desarrollo inquebrantable de la lucha de clases a lo largo de la Historia es esto: la autodeterminación y autogestión del pueblo.
Obreros, proletarios, campesinos, agricultores, ganaderos responsables, trabajadores, todos juntos debemos de darnos cuenta de que el rey es inútil, es nuestro enemigo, es el enemigo del pueblo al que que reina y por el que se supone que vela. No debemos dejar más que esto sea así, no debemos caer en la inmundicia de la tolerancia a la monarquía. ¡Luchar contra ella, compañeros! ¡Contra toda autoridad estatal, luchar, hasta el final!
Seamos todos libres, unidos más que nunca como personas y como trabajadores, por el bien de nosotros mismos. Llevemos todos la palabra como arma y la antorcha de la libertad a las calles, sin olvidar nunca la razón y el sentido común. No olvidemos nunca lo que somos y luchemos siempre contra los que nos opriman, ¡como la monarquía!