Hay una verdad que es innegable a día de hoy, una verdad que ronda como un fantasma entre todos nosotros, entre el pueblo, y que se va haciendo cada día más y más presente lo queramos o no. Y es que estamos presenciando tal vez una de las etapas más oscuras en profundidad de la Historia de la humanidad, sin tantos dramatismos.
Tiempos difíciles asoman por la esquina y se dejan ver en sucesos tan oscuros como lo es la guerra de Ucrania, la subida de la inflación general en Europa, la posibilidad e incertidumbre de que otra pandemia vuelva a originarse y vuelva a poner la espada de Damocles sobre nosotros otra vez y surgiendo noticias tan interesantes como el reconocimiento de los extraterrestres por miembros de agentes del Gobierno de los Estados Unidos de América, o, por ejemplo, el nacimiento y desarrollo de las tan mencionadas últimamente inteligencias artificiales o IA, las cuales apuntan a ser el descubrimiento del siglo, el suceso que cambiará nuestra forma de ver la vida y entender nuestra realidad… Todo un cambio, sí, sin duda. Pero, ¿a qué precio?
Nuestra situación está muy comprometida y se podría decir que puede resultar hasta tenebrosa, dejando un aire de incertidumbre entre la población. Ya nadie sabe qué es lo que nos deparará el futuro, nadie entiende qué ha pasado ni en qué momento el destino del mundo está deparando a una era tan oscura como la que parece que estamos entrando. La imagen cada vez es peor, la de nuestra sociedad, en particular, lo es cada vez más. La crispación, las ofensas, la falta de respeto y la violencia campan a sus anchas en España. Es triste ver cómo la terquedad y la falta de razón llevan a un pueblo que parece que sólo se pone de acuerdo para luchar en el extranjero llegar a la inmundicia y al caos social, olivando realmente lo que es suyo, olvidando su lucha real.
Todos somos personas, da igual nuestro sexo, color de piel o raza, independientemente la religión en la que creamos o no y también de nuestro signo político, todos, absolutamente todos, somos personas iguales, gente que solamente quiere vivir. Y aun así nos empeñamos en aumentar esa brecha, alimentando la desunión que tanta falta hace en la población entre nuestro pueblo, criticando unos por ser rojos, a otros por ser azules, o bien sean verdes, morados o naranja fosforito, nada de eso valdrá si no queda nada de nosotros, de nuestra humanidad, de la razón que tanto anhela este mundo.
Hay que ser valientes, hay que afrontar la situación siempre con el puño bien alto y no dejando que nadie nos pisotee y se deje poner por encima de todos nosotros. No es una cuestión de política, es una cuestión de supervivencia. Pues ahora más que nunca somos nosotros los que debemos elegir lo que queremos para nosotros mismos, como siempre debió ser. Es hora de que el pueblo tome las riendas de la situación y se haga dueño de su propio destino, sin dejarlo a manos de burócratas –y otras cosas más que, por respeto, prefiero ahorrarme– , de traje y corbata que se hacen llamar representantes del pueblo en el Congreso de los Diputados y que se supone que miran por el bien de nosotros. ¡Mentira! Una y otra vez, mentira. Nos mienten y juegan con nosotros como quieren. Somos los títeres y ellos son los dueños de los hilos. Hay que darle un vuelco a la situación y hacer prevalecer nuestra hegemonía. La hegemonía del pueblo, la de los ciudadanos de a pie. La de todos los obreros, campesinos, agricultores, granjeros responsables, funcionarios normales y corrientes, autónomos y propietarios de pequeños comercios y negocios, trabajadores sociales, médicos, profesores… Todos somos uno, somos la fuerza mayoritaria y, como tal, no nos debemos dejar aplastar por un pequeño grupo ni dejarnos vender a las grandes multinacionales ni ser la ramera de Estados Unidos o de cualquier otro país, tragándonos todo lo que nos quieran meter con los pantalones bajados a su merced.
Os digo, compañeros, compatriotas, queridos lectores; os digo que tenemos que ser fuertes y luchar a toda costa. Aguantar y resistir por mucho que nos intenten hundir. Puede que las dificultades intenten doblegarnos, pero no debemos caer de rodillas, ¡eso nunca!
Está en nuestras manos. Nosotros elegimos… Seguir de la manera en la que estamos y esperar el colapso social, o bien, ser dueños de nuestro propio destino.
En próximos artículos de opinión analizaremos dicha situación comprometida de forma más detallada y adentrándonos en los lugares más retorcidos de nuestra triste realidad. Pero por el momento esto es todo. Muchas gracias por su tiempo y atención, querido lector.