Como en toda organización social a nivel macrosociológico según el sociólogo Guvrich, que hace referencia a un país, en nuestro caso España, éste cuenta con una serie de tradiciones, de costumbres y de normas sociales o impuestas que son propias de nuestra sociedad, únicamente nuestra. Y dentro de esta organización social de un país, cada región –comunidad autónoma– cuenta a su vez con una serie de tradiciones y costumbres que distan de otras regiones al mismo tiempo dentro de nuestra organización general, o lo que viene siendo, nuestro país. No se me mal entienda, todo esto no lo comento con el fin de impartir un conocimiento básico que con ser mínimamente observador puedes caer en esa misma conclusión. No. Yo lo que pretendo decir es que así como una persona cambia a lo largo del tiempo, la sociedad que le influye y de la que forma parte también evoluciona, independientemente de que vaya a mejor o a peor, eso es algo demasiado subjetivo y que recae en la opinión propia de cada persona, en este caso de usted, querido lector.
Las personas evolucionamos, y la sociedad también lo hace. Esto quiere decir que una persona de ochenta años poco se va a parecer en cuanto a costumbres y tradiciones, forma de pensar y de actuar, de una persona de dieciocho años, ambos siendo influenciados a su vez por la sociedad en la que ambos vivieron y de la que formaron parte, adoptando así sus propios fundamentos. Esto nos deja una pregunta. ¿Entonces sucede que la sociedad española no es la misma ahora que la que había, por ejemplo, en 1980, sin ir más lejos? Y la respuesta es, por supuesto, que no. Llevándonos a otra pregunta inevitable y circunstancial. ¿Qué se diferencia aquella sociedad de la que tenemos ahora en términos específicos? Y ésta es la clave de este artículo que me dispongo a escribir y que lamento si se hace demasiado largo, pues anticipo que así será. Así pues, en mi primer artículo de opinión titulado Tiempos oscuros dejé caer que la situación social a la que nos enfrentamos es crítica. ¿Cómo es la sociedad actual? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué es así? ¿Es que acaso la sociedad española de 1980 o de 1950 o la de tiempos de la Segunda República era “mejor”, sin intentar romper la barrera de la objetividad y adentrándonos en las nostalgia temporal? ¿Realmente estamos al borde de un shock social?
Todas estas preguntas merecen ser respondidas, y procuraré hacerlo con la rigurosidad de un cirujano a la hora de empezar a operar y la mayor claridad posible, todo con el fin de si bien a lo mejor no enseñar, pero sí la de concienciar o la de otorgar una visión nueva de la sociedad en la que vivimos, adentrándonos primariamente a nivel español.
¿Cómo es la sociedad actual?
Se podría decir que España se ve influenciada ya no sólo por primarias normas sociales basadas en estamentos, tradiciones o costumbres propias, sino que también es el reflejo del mundo en el que vive, pues el país se exterioriza y por así decirlo se entrelaza con los demás países que le rodean y con los que convive a nivel mundial gracias, principalmente, a dos factores que lo cambiaron absolutamente todo en su respectivo momento temporal.
El primero es la globalización, la cual surgió con el comercio marítimo principalmente. Era la primera vez que dos clases de sociedades se enfrentaban hace ya unos cuantos siglos, desde el establecimiento de las primeras rutas comerciales por mar. La sociedad occidental, como la entendemos para referirnos a la europea en un principio y que acabaría acogiendo de forma paradójicamente errónea a Estados Unidos y Canadá –la cual fue durante mucho tiempo una colonia del Imperio Británico, factor clave a la hora de su occidentalización–, se afrentaba a la cultura de países como India, China, Corea y Mongolia. Es aquí donde se puede observar el primer intercambio de costumbres y normas sociales, pero no se acabaría desarrollando hasta el siglo pasado cuando la información empezaba a llegar a todos lados, tema del que hablaremos próximamente. Todo este suceso de descubrimientos sociales y de intercambios culturales se vería acelerado en un mil por mil –entiéndase la exageración– gracias al segundo factor: el teléfono inteligente y el desarrollo de tecnologías del tipo electrónico como ordenadores portátiles. Esto mismo marcó el comienzo del cambio social y nos condenó, con nuestro permiso involuntario, a la sociedad en la que hoy vivimos. Una sociedad ociosa, llena de información que nos sobrecarga, de búsqueda de intereses personales y de falta de pensamiento. Y esto último no lo digo porque la evolución humana esté fallando y poco a poco estemos retrocediendo a la Edad de Piedra con Pedro y sus amigos, es por el hecho de que cada vez tenemos menos tiempo para pensar, en especial la juventud, aunque poco a poco se le han ido sumando personas de todas las edades y cada vez más. El hecho de estar constantemente conectados nos roba un tiempo crucial que podríamos emplear perfectamente en pensar. Sólo que ante el estudio psicológico que las grandes empresas nos realizan y del que somos víctimas todas las personas se nos impone ante la voluntad. Pues todo está pensado de tal manera para hacer que no dejemos de utilizar el dispositivo móvil, ya sea dentro de aplicaciones o páginas webs.
Aunque claro, resulta a lo mejor una visión pesimista en cierta parte, pues también somos solidarios y empáticos entre nosotros mismos y con otros pueblos y países. Un tic a su favor. Pero no por ello deja de ser un período social de cambio y evolución, lo que lleva en parte a una desestabilización.
¿Qué ha pasado?
Piensen ustedes, queridos lectores, estamos constantemente expuestos a diferentes, casi infinitos tipos de entretenimientos, los cuales nos seducen y nos atraen hasta tal punto de que muchas veces preferimos evadir la realidad real para meternos en la realidad digital, que si ya de por sí resulta grave, empeora cuando nos vuelve adictos. ¿Hoy en día quién no es adicto al móvil? Prácticamente nadie. Y es curioso, porque el uso de este dispositivo ya se ha integrado en nuestra sociedad y se ha vuelto el principal medio de acción social entre personas, esto quiere decir, la principal forma en la que las personas interactúan entre sí.
Las normas actuales establecen que cualquier persona que no tenga redes sociales o que se aleje del propio dispositivo y se niegue a usarlo es tachada de raro e incluso puede llegar a ser aislada en casos de adolescentes que basan su estabilidad emocional y su reputación social en la cantidad de seguidores o me gustas que tienen en Instagram. Es decir, la sociedad intenta imponerte esto mismo. Pero ¿quién se lo impuso a la sociedad?
La respuesta es sencilla: Fuimos nosotros quien lo aceptamos.
Los investigadores y tecnólogos consiguieron ver en el teléfono normal una posible facilitación de su uso, y en secuencia a ello vino la idea de poder optimizarlo aún más haciéndolo una herramienta muy útil en la que podías tener prácticamente de todo en una simple pantalla plana al poder usar la calculadora, ver el tiempo, informarse… Y, por supuesto, de entretenerse. Es aquí cuando pasó de ser una herramienta a una necesidad, creando demanda y haciendo que las empresas la intentaran suplir ofertando cada vez más cantidad de dispositivos y cada vez más llamativos con nuevas funciones o diferenciaciones, llegando a tal punto de que algunas personas juzgan a las otras por el tipo de móvil que tienen, es decir, la marca y el modelo.
Además, las relaciones en menor escala o nivel microsociológico, dentro de la acción social ya antes mencionada, implica también la necesidad o imposición entre dos personas. Esto quiere decir, si Pedro escribe a Juan y Juan no responde, Pedro puede pensar o piensa que Juan no se preocupa en lo absoluto por Pedro. si Pedro manda un meme a Juan y Juan lo ignora o no lo comenta, Pedro puede pensar o piensa que Juan lo está ignorando. Y así sucesivamente con infinitud de casos, que luego habría que multiplicar por dos ya que los papeles se pueden invertir a su misma vez.
¿Por qué es así?
Hay que reconocer que esta pregunta es ambigüa, pero vamos a aclararla. La pregunta correcta sería: ¿Por qué la sociedad española y las distintas sociedades de todo el mundo se están orientando hacia la interconexión de sociedades?
La respuesta a esta pregunta es la conclusión que se puede extraer de la información expuesta que respondía a las dos cuestiones anteriores. Y es que es el rápido y fácil acceso a toda la información que queramos nos doblega hacia ese cambio, hacia esa conexión, ya que lo que es noticia en Estados Unidos, por ejemplo, es noticia en España, Italia, Sudáfrica, Nueva Zelanda o Japón, y en consecuencia lo que es noticia en Málaga lo es en Granada, Jaén, Madrid, Salamanca, Barcelona, etc. Es decir, estamos totalmente conectados entre todos nosotros, no como en antaño que las noticias corrían de boca en boca muchas veces y donde la radio si bien empezaba a tener importancia, ésta solía tener medios fundamentalmente propagandísticos.
Ahora es distinto, todos podemos llegar a saber lo que hace cada persona de nuestro alrededor en cada momento prácticamente, y esto es una forma más de pescarnos como atunes y hacer que piquemos en el anzuelo.
¿Es acaso la sociedad española de 1980 o de 1950 o la de tiempos de la Segunda República era “mejor”?
Aquí entra la subjetividad que cada persona le pueda aplicar a la respuesta de dicha pregunta, entrando factores como la educación que cada uno haya recibido, el año en el que nació, los gustos personales, la ideología de la que piense es poseedor, etc.
Pero independientemente de la opinión de cada cual, incluida la de usted, querido lector que se ve influenciado por los motivos previamente mencionados así como yo también lo hago, sí es cierto que se puede analizar de forma objetiva y ver determinado cambio en cuanto a costumbres y normas sociales. Demostrando así que es cierto que tanto las personas como la sociedad, las cuales van siempre de la mano, cambian.
Por ejemplo, en tiempo de la Segunda República la gente era guerrera, consolidábamos una sociedad dispuesta a partirse la cara o dicho de forma más explícita, de matarse, por la defensa de su ideología y por la defensa de la hegemonía de cada cual independientemente de que fuera un proletario o un empresario, un campesino o un terrateniente, un cura o un ateo, un republicano o un monárquico, un fascista o un comunista o bien sea también anarquista especialmente. Cada uno luchaba, pero además de eso, era consciente además de cierta humanidad y se contaba con un respeto que a veces sí es cierto que se eclipsaba por los calentones que les pudiera dar a cualquier político del momento como cuando José Antonio Primo de Rivera cogió de las solapas al presidente de la República del momento, Manuel Azaña, y que luego Dolores Ibárruri Gómez, conocida como “La Pasionaria”, le diera “un buen par de ostias con la mano abierta”. Pero no iba en ese sentido más allá.
Se podría decir que convivió la lucha con el respeto en aquel momento.
Adentrándonos en 1950, recién acabada a la Guerra Civil, las normas sociales habían cambiado mucho y las costumbres y tradiciones que las conformaban se podría decir que habían dado un paso atrás por la influencia conservadora y opresora de cierta forma –así como lo fue la dictadura de Stalin en la Unión Soviética o la de Hitler en Alemania–, que se había ejercido en España. La mujer volvía a la casa para cuidarla y para cuidar las casas de otras personas, volvía a ser plena servidora del hombre, que volvía a asumir el rol de cabeza de familia, encargándose de funciones de mantenimiento económico, es decir, de trabajar, mientras que la mujer se limitaba a cuidar a los hijos y la casa. Además, todos los derechos de reunión, asociación o libertad de expresión fueron suprimidos y fuertemente represaliados por las autoridades vigentes bajo los mandatos de Francisco Franco. Una dictadura autoritaria y personalista se había implantado en España, y así como todos momentos oscuros conllevan siempre la catástrofe, muchas veces dan paso a los actos más bondadosos que muchas veces podamos llegar a imaginar.
La compasión, harta herida, muchas veces asomaba por la vuelta de la esquina en gestos menores pero que significaban mucho para la herida que aún a día de hoy padecemos en la que nos dividimos por vencedores y vencidos. Y así se aplicó, los vencedores aplastaron a los vencidos sin ningún tipo de miramiento sin caer en la cuenta de que, en verdad, seguíamos siendo el mismo pueblo español.
Llegando ya a 1980 podríamos decir que una España que intentaba renovarse recobró la ilusión y la esperanza, la cual depositaban en la democracia, pero que no dejaba de tomar rasgos propios del franquismo en cuanto a muchas tradiciones que aún perduran entre ciertas familias, ya no de forma generalizada.
Fue un momento de cambio en el que, además, nos fuimos adentrando mucho más en profundidad en eso que es la economía libre de mercado, tonteando con el capitalismo y demás cambios estructurales, siendo uno de estos, así, el rápido desarrollo de la globalización en nuestro país. Dando los primeros pasos para posicionarnos a día de hoy.
¿Realmente estamos al borde del shock social?
Visto todo lo anterior y sobre todo teniendo en cuenta las respuestas a las tres primeras cuestiones, sin olvidarnos de la premisa de la que partíamos, no hay motivos para ser muy optimistas precisamente con el futuro que nos depara la evolución de la sociedad como tal.
Aunque si bien es cierto que como dice un allegado mío, al cual quiero saludar y agradecerle la expresión, “hay que pensar que hoy día el ser humano está viviendo cosas que en la puta –siento la mala palabra– vida podríamos haber imaginado”. Y es verdad, innegablemente es cierto.
Estamos en la era de la tecnología, donde los móviles son más dueños nuestros que nosotros de ellos, donde la opinión mediática, que no pública, es capaz de hacer destrozos en todos los sentidos y aspectos sociales actuando por interés, donde las IA cada vez se desarrollan más y se van volviendo más peligrosas… La gente a día de hoy está perdida, no sabe lo que quiere más allá del “que no me toquen lo que es mío”. ¿Pero y lo que es nuestro? ¿Qué te piensas, que no te afecta lo que nos pase a todos en nuestro conjunto? Y eso es algo que ya no sólo los políticos y dirigentes institucionales y mundiales, los cuales son los primeros que caen en eso mismo, sino que hay gente que de verdad piensa que puede anteponer al individuo sobre el colectivo social, no quiero que se me confunda, no estoy hablando de la forma más radical posible, sino de la que es justamente “necesaria” –entiéndase mi intento por ser objetivo esta vez.
Se podría decir que somos una especie en decadencia, pero en mi opinión eso es ser demasiado pesimista. Simplemente tenemos que ser conscientes de que si no hacemos nada, si no cambiamos el sistema de base, acabaremos sometiéndonos al caos o a la anarquía en su forma más burda, y no como la ideología tan pura y bella que es; o con otras palabras: el shock social.