Un día cualquiera mi maestro de Economía –a quien felicito enormemente por su reciente hijita y a quien le deseo lo mejor– entró a clase con una idea muy clara: la de hacer de nosotros conejillos de indias para un experimento social que nos tenía preparado. Algo que no es de extrañar al saber que su especialidad dentro de su grado académico dentro de la rama de la Economía es la conductual, aquella que se encarga de estudiar el comportamiento de las personas.
De una forma u otra, nos tuvo preparado un juego con el fin de poner en práctica la teoría que estamos dando actualmente, más específicamente los incentivos económicos dentro del bloque de unidad de trabajo.
Les explico el juego, queridos lectores: Éste consistía en que en un grupo de personas, en nuestro caso nueve, se debían juntar en una mesa en la que había ocho clips y una tiza, y nosotros debíamos de coger teóricamente todo lo que pudiéramos de forma ilimitada, es decir, sin restricciones, en dos turnos; pues la puntuación extra que nos daba en la nota del tema iba variando según el turno en el que estuviéramos. Así pues, en el primer turno cada clip valía 0,1 puntos extra en la nota del tema y la tiza 0,2; mientras que en el segundo turno se duplicaban la puntuación, cada clip equivalía a 0,2 y la tiza 0,4.
Mi maestro, por supuesto, quería poner a prueba nuestro egoísmo e “individualismo a ultranza”. Por lo que no se esperó, en lo absoluto, los resultados que obtuvo por nuestra parte.
Había tres grupos, dos de ellos coincidieron en su razonamiento y otro, que fue el pionero, hizo una pequeña variación. Vamos a decir que los dos grupos con el mismo razonamiento son designados como grupo 1 y grupo 2, el otro será el grupo 3, a pesar de ser el primero que llevó a cabo el experimento. El razonamiento de los dos primeros fue el siguiente: la tiza vale 0,2 en el primer turno, por lo tanto, en el primer turno uno, da igual quién, coge la tiza, y en el siguiente turno como cada clip vale dicha cantidad, pues es repartida entre todos. Obteniendo así un total de 0,2 puntos extra cada uno en la asignatura de Economía de forma igualitaria, sin ningún tipo de distinción entre necesidades individuales de las personas –esto no es individualismo a ultranza, sino la necesidad individual de cada persona mediante la cual una vez suplida pueda contribuir de forma propia e igual a la de los demás *extrapolando esto a la orientación que le pretendo dar en un final.
En cambio, el grupo 3 hizo lo siguiente: durante el primer turno nadie cogió nada, sin embargo discutieron entre sí quién era el que necesitaba esos 0,4 puntos extra en el tema inicial, y una vez dicha persona surgiera a la luz sería la elegida de forma colectiva en base a las necesidades individuales de cada persona quien se llevaría esa golosa cantidad de puntaje extra. Así pues, llegamos a dos conclusiones; la primera es que este grupo fue el más eficiente, ya que obtuvo 0,2 puntos más que el total de los otros dos grupos, que es a su vez, el máximo que podía obtener. Y la segunda es que sí se tuvieron en cuenta las necesidades de cada persona, ya que la persona que se llevó la tiza era una de las personas que nunca había dado Economía –pues en nuestra clase hay gente primeriza en la asignatura–, sirviéndole de ayuda real. Esto no quiere decir que no se tenga que esforzar, pero así cuenta con un mayor margen de error y con relativa menos presión, aunque sea mínima. Es decir, ciertas personas se han “sacrificado” para que una persona con más necesidad que ellos tuvieran un poco más para así poder igualar la balanza de forma más justa. Además, cada uno del grupo se llevó su parte que puede ignorar sin más en parte por su veteranía o bien, por contar con capacidades superiores en la asignatura (lo que no quiere decir que sean mejores alumnos, simplemente esto significa que Economía se les da mejor). ¡Y eso no tiene nada de malo! Luego estas personas a las que se les da tan bien Economía son peores en Matemáticas o Inglés, por ejemplo.
Estos resultados fueron, sin duda alguna, un choque increíble para el maestro, que se esperaba una actitud más capitalista y egocéntrica, “individualismo a ultranza”, por nuestra parte. Pensaba que nos íbamos a tirar todos a por los clips y la tiza en cuanto el pistoletazo de salida retumbase nuestros tímpanos. ¡Pero no!
Nadie sabía, o por lo menos la gran mayoría, de qué iba el juego. ¡Y en cambio eligieron repartirlo! No por presión de grupo, no por obligación o porque se les fue impuesta una regla a seguir. No. Lo hicieron por voluntad propia en base a la razón y su sentido de la justicia social.
¡Luego para que digan que el ser humano es egoísta! ¡Egoístas serán los que dicen eso, que no están preparados para compartir sus bienes y velar por el bien del colectivo de seres humanos! Luego que digan que el ser humano no está hecho para compartir, para cooperar, cuando los mayores progresos de la humanidad se han dado gracias a la cooperación de individuos libres, para trabajar aunando fuerzas sin una persona que los dirija, tratando de idiotas a las personas. ¡Y eso que en este caso somos adolescentes, con menos sentido del colectivo y de la justicia social desarrollado a priori! Pero, ¿hasta qué punto esto es así? Por supuesto todo esto depende de la educación personal que hayan recibido y de su forma de ser, pero eso pasa a un segundo lado cuando es el conjunto de individuos el que ha primado sobre el “individual a ultranza”.
Debemos seguir manteniendo la esperanza, pues quizá nos equivocamos prejuzgando la mala voluntad de la gente y su falta de humanidad precisamente.
No todo está perdido.
Y este es, al fin y al cabo, el motivo por el que he decidido compartir con todos ustedes en estas fechas, queridos lectores, además de ser el motivo por el que le dedico este artículo a mi maestro de Economía –una de esas personas que no aloja demasiada esperanza sobre el futuro en este aspecto–; no es menos que para transmitirle un poco de esperanza a todas aquellas personas que ven cada vez un futuro más oscuro y cercano que se cierne sobre todos nosotros, nuestra sociedad, nuestra libertad… No deja de ser una visión demasiado equívoca, pero es precisamente por este motivo por el cual debemos estar más unidos que nunca y mantener la esperanza en que aún haya personas que mantengan el fuego de la justicia vivo.
No hace falta ninguna ideología política o apolítica ni ningún tipo de moral trastocada o manipulada, mis compañeros sin ir más lejos no son anarquistas, pero sí son humanos que sean personas. A fin de cuentas necesitamos eso: más humanos que sean personas.
A todas aquellas personas que sufren como mi maestro por el porvenir de nuestra raza debo decirles que aún no pierdan la esperanza ni la lucha en hacer de este mundo un lugar mejor, no todo está perdido ni todas las personas son tan inhumanas. Sólo y exclusivamente es una cuestión de humanidad, de razón, de lucha… ¡Y eso pensamos hacer, luchar, luchar hasta que el mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones emerja de una vez por todas!
Compañeros, compañeras, no pierdan su espíritu guerrero que tanto vale y no se olviden nunca de los demás, ayuden y colaboren. ¡En pos de un mundo mejor!