¿Hasta qué punto es lícito utilizar las relaciones sexuales o íntimas para realizar un programa de televisión?
El amor tiene una gran cantidad de manifestaciones posibles y que principalmente y sobre todo deben de ser libres. Ponerle límites al amor es como ponerle trabas al huracán o encerrar al rayo en una jaula con la esperanza de que éstos no se liberen desatando su fuerza pasional; un completo sin sentido regido por el puritanismo que no hace otra cosa que no sea oprimir la naturaleza –quizá la más bella de la raza– que es el amor, manifestaciones adyacentes y propias incluidas… Entre las que se encuentran las relaciones sexuales. De éstas podríamos decir que son bellas, divertidas, placenteras y absolutamente necesarias para la prevalencia de la raza, ¡y es verdad! Lo son. Son puras manifestaciones de amor, libres por naturaleza y necesarias así como lo es el amor; aunque las cadenas televisivas lo han frivolizado todo con el fin de sacarle una rentabilidad inmoral a todo esto. Hacen de la naturaleza de la raza un negocio del que lucrarse. Y es ahí donde quiero llegar.
Diversas cadenas y programas de televisión emiten e incluso financian programas basados en esta inmoralidad tales como lo son Gran Hermano o la Isla de las Tentaciones, que se encargan precisamente de extender esta frivolidad entre las edades más jóvenes, las cuales acaban basando su modelo de amor en eso: únicamente la búsqueda del amor mediante el sexo, basándolo en esta actividad primordialmente y antepuesta incluso a las emociones propias que uno pueda sentir, las más puras se anteponen a la sexualización impulsiva antinatural que es aprendida gracias a estos programas inmundos. Resulta realmente triste que se difunda esta versión (aberración, engendro) del amor por el capricho de unos vejestorios sin moral ni ética que sólo se preocupan de su bolsillo. Le dan un vuelco total a la belleza para acabar transformándola en un simple número más sin valor humano en sus cuentas corrientes. ¡A eso llegan nada más!
Y por supuesto, la gente cae en esta trampa tan bien pensada, planificada y vendida, como un niño que va tras su madre para que le dé un caramelo o como ovejas que siguen al resto del rebaño ciegamente. Sin consciencia siquiera o una mínima idea general de lo que es el amor real, los jóvenes se lanzan a la experimentación de este amor superficial de forma patética, de forma inmediata y sucia. Van nadando a contracorriente de lo que debería ser el camino que deberían llevar de forma conjunta únicamente porque cierta cadena de televisión de turno les venden aventuritas televisivas de críos y crías inmaduros e inmaduras que acuden a participar en estos programas, como los antes mencionados, para volverse medio famosillo, sacrificando lo que haga falta. ¿Realmente esto es lo que queremos? ¿Vamos a seguir permitiéndolo? ¿Vamos a aceptar e integrar esta versión de amor superficial, frívolo, en nuestra sociedad para permitir que sea asimilada por las generaciones presentes y venideras? ¿Por qué dejamos que estos programas menosprecien y pisoteen el amor puro de esa forma tan cruel?
Esto son preguntas para reflexionar a nivel personal. Le toca a usted, querido lector, llegar a su propia conclusión.
Es por esto, volviendo a la pregunta principal, que no es que sólo no es lícito emitir estas actividades realizadas bajo las condiciones dadas. ¡Claro que no! Pero el mayor problema, donde reside el verdadero enemigo del amor real y puro, es en la difusión, aceptación e integración del amor baldío, frívolo e inmundo de la raza.